Colegio Español de Nuestra Señora del Pilar y Santiago Apóstol

COLEGIO ESPAÑOL DE NUESTRA SEÑORA DEL PILAR Y SANTIAGO APÓSTOL
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sábado, 18 de julio de 2015

La Cruzada española por el Prof. Daniel Omar González Céspedes



Este 18 de julio recordamos el LXXI° aniversario del inicio de la Cruzada Española.  
Dios como Señor de la Historia dirige y gobierna providencialmente el desarrollo de las naciones. Por eso es que suscitó a un hombre para que, guerreando en nombre de Él y contra sus enemigos, vengara su Gloria y reivindicara sus Derechos y los de su Esposa, la Santa Iglesia Católica. Nos referimos al Generalísimo  Francisco Franco, que no tuvo otro legítimo anhelo que devolverle España a Dios y Dios a España.





Breves antecedentes
Tras aquellas insólitas elecciones municipales del 12 de abril de 1931 que si bien es cierto dieron el triunfo a los monárquicos, debido a algunas victorias en Madrid y otras importantes ciudades, trajo aparejada un estado de tensión callejera tal que Alfonso XIII, decidió apartarse “de cuanto pueda lanzar un compatriota contra otro en fratricida guerra civil”. Así nació la Segunda República.
El 14 de abril el diario “La Voz” en primera plana decía: “¡Viva la República española! El nuevo régimen viene puro e inmaculado, sin traer sangre ni lágrimas”. Pero en honor a la verdad, sería todo lo contrario. La República se convertiría en el estandarte de la rebelión contra su destino. Era la anti-España.
En 1936, estando en  Zaragoza, lo dirá, cargado de odio, Francisco Largo Caballero: “El día de la venganza, no dejaremos piedra sobre piedra de esta España que hemos de destruir, para rehacer la nuestra”.
Y por ser anti-española debía ser anti-cristiana. Así lo manifestó el delegado español enviado al Congreso de los sin Dios en Moscú: “España ha superado en mucho la obra de los soviets, por cuanto la Iglesia en España ha sido completamente aniquilada”.
Pero volvamos al año 1931. Al mes de instalada la República, el terror, el espanto y el caos gobernarían España. Porque la Segunda República, presidida por Niceto Alcalá Zamora, fue un rejunte de marxismo con liberalismo y masonería. 318 templos incendiados; bibliotecas, archivos y obras de arte consumidos por el odio marxista. Y citemos solamente, sin entrar en detalles, las leyes sectarias que atentaban abiertamente contra la dignidad y la libertad de la Iglesia, como también aquellas medidas vejatorias y arbitrarias como la supresión de la Compañía de Jesús y la incautación de sus bienes o el destierro del Cardenal Segura.
Las llamas siguieron creciendo y el fuego devorador sólo sería extinguido recién en 1939.
Hasta 1933 el número de templos incendiados superaba los 1000. Los asaltos a domicilios particulares y redacciones de diarios eran moneda corriente y los fusilamientos y asesinatos se contaban por centenares.
En las elecciones de finales del ’33 perdieron los liberales-marxistas, pero no se ganó nada. “La victoria de 1933 fue una victoria sin alas, porque fue, como la que se quiere obtener ahora, hija del miedo. Los partidos sólo se agruparon por temor al enemigo común; no vieron que frente a una fe atacante hay que oponer otra fe combatiente y activa, no un designio inerte de resistencia”.[1]
No podemos dejar de mencionar en estos breves antecedentes la Revolución de octubre del ’34 en Asturias y Cataluña, ya que en estos episodios fue donde recibió las palmas del martirio nuestro San Héctor A. Valdivieso Sáez (Fray Benito de Jesús). Algunos hermanos lasallanos, antes de morir, sellaron sus labios con el “¡Viva Cristo Rey!”. Cabe señalarlo con claridad: en estos asesinatos el común denominador era el odio a la Reyecía de Cristo. Tal era el odio que se llegó al paroxismo en no pocos casos. Allí está el infeliz comunista diciéndole al Señor encerrado en el Sagrario mientras lo apuntaba y disparaba: “Tenía jurado vengarme de ti. Ríndete a los rojos, ríndete al marxismo”.
Ya en febrero de 1936, con el gobierno del Frente Popular (socialistas, comunistas y otros grupos radicalizados), el caos no se tolera más. Se dan vivas a Rusia y mueras a España. La bandera comunista flamea por doquier.
El diario “El Socialista” decía: “Las derechas amedrentan a sus amigos con el recuerdo de octubre, diciéndoles que aquello fue una revolución. No. Se engañan. Aquello no fue más que un conato de lo que ha de venir, de lo que ha de conocer España”.
En París, en la sede del Gran Oriente de la Masonería de Francia, se decide el asesinato del jefe de la oposición española, José Calvo Sotelo. El 16 de junio durante el debate parlamentario la diputada comunista Dolores Ibarruri, refiriéndose a este grita: “Este hombre ha hablado por última vez”.
Luego de que el líder opositor señalara, entre otras verdades, que la causa del problema estaba en el sistema democrático-parlamentario y en la Constitución del año ’31, el Presidente del Consejo, Casares Quiroga, lo sentencia a muerte. La gallarda respuesta de Calvo Sotelo no se hizo esperar: “Yo tengo, señor Casares Quiroga, anchas las espaldas. Su señoría es un hombre fácil y pronto para el gesto de reto y para las palabras de amenaza. Le he oído tres o cuatro discursos en mi vida, los tres o cuatro desde ese banco azul, y en todos ha habido siempre la nota amenazadora. Bien, señor Casares Quiroga: me doy por notificado de la amenaza de su señoría. Me ha convertido su señoría en sujeto, y por tanto, no sólo activo, sino pasivo, de las responsabilidades que puedan nacer de no sé qué hechos. Bien señor Casares Quiroga, le repito: mis espaldas son anchas; yo acepto con gusto las responsabilidades ajenas, si son para bien de mi Patria y para gloria de España, las acepto también. ¡Pues no faltaba más! Yo digo lo que Santo Domingo de Silos contestó a un rey castellano: «señor, la vida podéis quitarme, pero más no podéis. Y es preferible morir con gloria que vivir con vilipendio»”.[2]
El 13 de julio con el pretexto de su detención fue arrancado de su domicilio para luego ser salvajemente asesinado en el interior de la camioneta.
Con este hecho y frente a la anarquía imperante, ya no se podía esperar más.

El 18 de julio
Si España se hacía comunista, dejaba de ser España. No quería morir. No debía morir. El veneno marxista afectaba a la esencia misma del ser nacional de España.
Pero la hora de la redención española había llegado. Con valentía lo señalaron los obispos españoles en la Carta colectiva dirigida a los obispos del mundo entero: “estaba en la conciencia nacional que, agotados ya los medios legales, no había más recurso que el de la fuerza para sostener el orden y la paz”[3].
El 18 de julio aquellos que no habían perdido la conciencia de su dignidad, aquellos que no querían que España sucumbiese se alzaron en armas. Legítimamente se alzaron en armas contra el comunismo para salvar la Religión, la Patria y la Familia. Recordemos que el 14 de septiembre de 1936 el Papa Pío XI en la alocución a los refugiados españoles en Italia envió de manera especial su bendición a aquellos que habían  “asumido la espinosa y difícil tarea de defender los derechos y el honor de Dios y de la Religión, es decir los derechos de la conciencia”. Entiéndase esa bendición como augurio de la Bendición divina, que llegó, pero también como una confirmación pontificia de la doctrina que enseña que cuando un gobierno conduce a la sociedad a la anarquía, ésta puede lícitamente alzarse contra aquél.
Porque lo que sucedió en España no fue una guerra civil, aunque así apareciera. Tampoco los motivos fueron intereses políticos en pugna, o la supervivencia de algún régimen de gobierno. Mucho hizo y hace la leyenda negra respecto a esto. En España se entabló una lucha de estricto carácter teológico, ya que “Cristo y el Anticristo se dan la batalla en nuestro suelo”[4].
Recordemos que la guerra es un acto humano indiferente. No es de suyo ni justo ni injusto; tampoco santo o profano. Revestirá alguno de estos caracteres según sea el móvil que lo especifica, como sucede con todos los actos humanos indiferentes. ¿Y cuál fue el móvil que determinó la guerra en España? El Cardenal Gomá y Tomás hace observar que es un motivo sagrado: “Quítese, pues, por otra parte como cosa inconcusa que si la contienda actual aparece como guerra puramente civil, porque es en el suelo español y por los mismos españoles donde se sostiene la lucha, en el fondo debe reconocerse en ella un espíritu de verdadera cruzada en pro de la Religión Católica[5].
Los más altos ideales, los valores eternos e inmutables, fueron los que movilizaron a aquellos hijos de España, a salvarla: el amor a Dios y a Su Santísima Madre la Virgen María, a la Patria, a la Santa Madre Iglesia y al Hogar.
El heroísmo del combatiente español, que rubricaba cada triunfo con la sangre generosamente derramada y con la más ardiente plegaria que salía de sus labios, no fue la consecuencia de un buen movimiento táctico o estratégico. La balanza se inclinaba a su favor, porque peleaba por la causa de Dios. Porque el Señor, en su infinita misericordia, dando muestras de su Providencia, tenía preparadas sus reservas en España para lanzarlas al campo de combate para el triunfo definitivo de su causa.
Por eso, y sólo por eso, se pueden comprender aquellos hechos de santidad y heroísmo como los del Alcázar de Toledo, el sitio de Teruel, el de la ciudad de Oviedo, el de la Iglesia Santa María de la Cabeza, y tantos otros que sólo Dios conoció y premió.
De no haber habido un sólido sustento religioso y patriótico no podrían haber emprendido la empresa de salvar a España. Sin estos sustentos, la Cruzada se habría debilitado.
En esta hora trágica de la historia, no perdamos de vista el significado de la Cruzada.
No son, justamente,  tiempos bonanza lo que estamos viviendo; sino todo lo contrario. La Santa Fe, inculcada por nuestros padres, peligra y la rebelión contra Nuestro Señor Jesucristo y su Iglesia se alza a pasos agigantados.
Tenemos, en la Cruzada Española, un ejemplo digno para estos días. Han pasado casi ocho décadas, pero esta, con sus mártires “está ahí  -pese a la manipulación intencionada- como un punto de reflexión intelectual, pero también como una bandera alzada o una convocatoria viril”[6].

Prof. Daniel O. González Céspedes
(Instituto de Cultura Hispánica – San Rafael, Mendoza)






[1] Primo de Rivera, José Antonio; Obras completas, Ed. Almena, Madrid, 1970. Pág. 846.
[2] Arrarás, Joaquín: “Franco”, Editorial Poblet, Buenos Aires, 1937, pp 224 y 225.

[3] Carta Colectiva del Episcopado Español a los obispos del mundo entero, 3; en Montero Moreno, Antonio, “Historia de la persecución religiosa en España. 1936-1939”; Madrid, 1961, pág. 728.
[4] Gomá y Tomás, Isidro: “El caso de España”, Pamplona, 1936, pág. 16.
[5] Ídem ant., p. 7 y sig.
[6] Piñar, Blas, La última cruzada, en Memoria, Año I, N° 4, Julio 1994, p. 13.

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