Gentileza de Juanita Collado del Instituto de Cultura Hispánica de Catamarca
Por Prudencio Bustos Argañarás
Universidad: Institución
de enseñanza superior que
comprende diversas
facultades, y que confiere los
grados académicos correspondientes.
(Diccionario
de la Lengua de la Real Academia Española)
Introducción
En 1916 el P. José María Liqueno, editó un libro
titulado Fray Hernando de Trejo y Sanabria, fundador de la Universidad, lo que provocó una larga controversia acerca
de quién merecía el título de Fundador de la casa de estudios más antigua de
nuestro país, El debate se prolongó por espacio de muchos años y en él intervinieron
conspicuos investigadores, tales como el Dr. Juan M. Garro, el obispo fray
Zenón Bustos y Ferreyra, los PP. Joaquín Gracia y Avelino Gómez Ferreyra, y el
Dr. Enrique Martínez Paz. A juicio de quien esto escribe, fue el P. Gracia con
su libro Los jesuitas en Córdoba,
aparecido en 1940, quien puso fin a la discusión, proporcionando
incuestionables documentos que prueban que es a los padres de la Compañía de
Jesús a quienes les cabe dicho mérito.
Por razones que no viene al caso analizar, en 2012 las
autoridades de la Universidad decidieron adelantar en diez años y cuatrocientos
días la celebración del cuarto centenario de esa benemérita y prestigiosa
institución, tan cara a los cordobeses. Un breve relato de su génesis ayudará a
comprender por qué sostengo que se trató de un error.
Instalación de la Compañía de Jesús[1]
En 1587, catorce años
después de fundada Córdoba, se registra por vez primera la presencia en ella de
jesuitas, que permanecieron por espacio de un año en calidad de misioneros.
Durante este tiempo se ganaron el afecto de los vecinos y en especial del
gobernador del Tucumán –a cuya jurisdicción pertenecía la ciudad– Juan Ramírez
de Velasco, quien dispuso, el 5 de diciembre de 1589, donarles para su
radicación la manzana comprendida entre las actuales calles 25 de Mayo, Maipú,
Rosario de Santa Fe y Salta, de la que tomaron posesión dos años más tarde.[2]
Sin embargo su
establecimiento definitivo se verificó varios años después, cuando las
autoridades superiores de la orden abandonaron la estrategia de realizar
misiones “volantes” y se decidieron
en favor de instalar residencias permanentes. Ante ello el rey don Felipe II
recomendó a los gobernadores del Tucumán la admisión de los jesuitas, por medio
de una Real Cédula de fecha 12 de junio de 1591. En su cumplimiento, el
gobernador don Pedro de Mercado de Peñaloza emitió un auto, fechado en La Rioja el 29 de noviembre de
1596, dándoles licencia “para fundar casa
en cada una de las ciudades, villas y lugares de esta Provincia”, a efectos
de que en ellas “sean doctrinados e
instruidos los hijos de los vecinos, estantes y habitantes”.
También sumó su
contribución el obispo fray Fernando de Trejo y Sanabria, a través de una
resolución suscrita en Salta el 15 de abril de 1597 en la cual los autorizaba
para “que en las partes y lugares que le
dieren gusto, puedan fundar iglesia y casa”.
A comienzos de
marzo de 1599 arribaron a la ciudad de Córdoba los padres Juan Romero y Juan
Darío, acompañados por un hermano coadjutor. De común acuerdo con el ayuntamiento
decidieron devolver el solar que se les había asignado diez años antes,
recibiendo a cambio otra manzana de terreno, que según el plano de repartición
de 1577 estaba reservada para “convento
de monjas o recogimiento de doncellas”. El predio se hallaba baldío y tan
sólo se había construido en él la ermita de los Santos Tiburcio y Valeriano,
abogados de la ciudad contra las plagas de langostas. Este es el origen de la
llamada manzana jesuítica, que se
encuentra limitada por las calles hoy denominadas Trejo y Sanabria, Caseros,
Duarte y Quirós y Avda. Vélez Sársfield.[3]
Además de su labor
misional entre los aborígenes de la región, los jesuitas comenzaron a impartir
enseñanza de primeras letras a los hijos de los vecinos, sumándose así a la
tarea que venían realizando los franciscanos desde 1577. Su residencia
cordobesa se destacó pronto con respecto a las otras dos que existían por
entonces en esta parte del continente, las de Santiago del Estero y Asunción.
La última fue cerrada tres años más tarde y los padres trasladados a Córdoba.
En 1604 el
prepósito general de la
Compañía , P. Claudio Aquaviva, dispuso la creación de la Provincia Jesuítica del Paraguay, eligiendo a Córdoba para sede de su gobierno. La
nueva Provincia comprendía los territorios de lo que son en la actualidad la República Argentina ,
Chile, Paraguay y Uruguay. Primer provincial fue designado el P. Diego de
Torres Bollo, un castellano que se hallaba en América desde 1580 y que llegó a
esta ciudad a comienzos de 1608, acompañado de otros cinco sacerdotes y tres
hermanos.
El mismo año de su
llegada, el P. Torres dispuso la creación de un Noviciado, destinado a la
formación de los futuros sacerdotes, eligiendo para ello también a Córdoba, “por ser como el centro y corazón de la
Gobernación, buen clima, vida barata
y sobre todo de mayor facilidad para ser visitada y atendida por el mismo
Provincial”, que como vimos, tenía aquí su residencia. Como superior del
Noviciado quedó el P. Juan Darío.[4]
La creación del Colegio Máximo y la donación del obispo Trejo
En 1610, el P. Torres erigió el Colegio Máximo, una casa de estudios superiores en la que se
impartían enseñanzas de Artes (Filosofía) y Teología, pero la escasez de
recursos dificultó su mantenimiento, por lo que en 1611 se decidió el traslado
a Santiago de Chile de los estudios de Filosofía y Teología, quedando tan sólo
en Córdoba los preliminares de Latinidad y Humanidades.[5]
Un hecho inesperado permitió el regreso del Colegio
Máximo a nuestra ciudad. El obispo fray Fernando de Trejo y Sanabria suscribió
ante el escribano Pedro de Cervantes, el 19 de junio de 1613, una escritura en
la que manifestaba que
para el bien espiritual y eterno de españoles e indios y
descargo de mi conciencia y porque en toda esta Gobernación no hay lugar más a propósito
para ello que esta ciudad de Córdoba (…) me he resuelto de fundar un Colegio de
la Compañía de Jesús de esta ciudad en que se lean las dichas facultades y las
puedan oír los hijos de los vecinos de esta Gobernación y de la del Paraguay, y se puedan graduar de bachilleres,
licenciados, doctores y maestros, dando para ello su Majestad licencia.
Para ello se comprometió, bajo la garantía de todos
sus bienes “muebles y raíces y las rentas
de mi obispado”, a donar a la Compañía dentro del plazo de tres años,
cuarenta mil pesos “corrientes, ocho al
peso”[6],
para el sostenimiento de su Colegio Máximo. Dispuso asimismo que “si, Dios no quiera, muriese antes de cumplir
con la fundación de este Colegio de Córdoba y en los dichos bienes no hubiese
para ello, quiero que el dicho Colegio los herede y quedar como su insigne
benefactor”.[7]
Por impulso de este acto de munificencia, el regreso de
los estudios de Filosofía y Teología se dispuso de inmediato y en 1614 se
hallaban de nuevo en Córdoba. Para entonces, el Colegio Máximo contaba con
dieciocho novicios y treinta escolares, entre convictores y externos. El P.
Juan de Albiz les enseñaba Filosofía y los padres Francisco Vázquez y Juan Pastor,
Teología.[8]
La donación fue ratificada por el obispo en su
testamento, otorgado en esta ciudad el 14 de diciembre de dicho año, pero su
muerte, ocurrida diez días más tarde, impidió su cumplimiento efectivo. El
menoscabo que había sufrido su patrimonio hizo que los bienes que dejó apenas
alcanzaran a cubrir la cuarta parte de la cifra comprometida, por lo que según
el propio Trejo dispuso, el título que le corresponde es el de “insigne benefactor” y no de fundador del
Colegio Máximo, como lo manifiesta el P. Pedro de Oñate en su carta anua de
1615:
Pretendiólo ser [fundador] el señor obispo pasado y con grandísimo afecto y voluntad dejó para
ello unas haciendas que pidieran ser suficientes, pero hánsele recrecido tantos
pleitos que lo que quedare en paz será de muy poca consideración y así solo
quedará el señor obispo por benefactor del Colegio.[9]
Pero el Colegio estaba ya de regreso y tenía sesenta alumnos,
entre los que se contaban, además de los seglares, los del Seminario de San
Francisco Javier, fundado por el mismo Trejo en 1613, y los del Noviciado
jesuítico, antes mencionado, instituciones estas que no deben confundirse con
el Colegio Máximo.
El Colegio Máximo es
elevado a la categoría de Universidad
Restaba aún sin embargo la autorización para otorgar
grados académicos –que es lo que distingue a una universidad, como bien dice la
definición de la Real Academia consignada en el epígrafe inicial– por parte del
rey y del Sumo Pontífice. El 12 de agosto de 1620 Felipe III concedió la suya y
el 8 de agosto de 1621 S.S. Gregorio XV hizo lo propio mediante el breve In Supereminenti, que llegó a Córdoba en
1622, acompañado del correspondiente pase real, fechado el 2 de febrero de
dicho año.[10]
El 13 de abril se presentó ante el Cabildo el P.
Ignacio de Loyola S.J. en nombre de su Orden, dando noticia de la llegada del breve
pontificio, “para que esta ciudad tenga
noticia de ello y se haga el recibimiento que convenga a la dicha bula”.
Atento que la ciudad estaba de luto por la reciente muerte de Felipe III y se
esperaba en esos días la llegada del gobernador para asistir a las ceremonias
fúnebres, el cuerpo dispuso archivar una copia autenticada del documento, “en razón de la fiesta y solemnidad que se ha
de hacer al recibimiento de la dicha bula”.[11]
Su cumplimiento no estaría sin embargo exento de
dificultades. Los dominicos, que aducían tener la misma autorización con la
cual habían fundado las universidades de México y Lima, plantearon una firme
oposición. El 29 de noviembre de 1622 el vicario provincial de la Orden de
Santo Domingo, fray Jacinto Enríquez, presentó ante el Cabildo un escrito en el
que solicitaba que “no consientan que los
padres de la Compañía de Jesús funden ni ejerzan actos de universidad en esta
dicha ciudad y colegio suyo”, aduciendo que el breve pontificio –al que también
llama bula[12]– no
cumplía con los requisitos que acreditaran su autenticidad. Añadía que la
calidad académica de las enseñanzas impartidas por los jesuitas, no ameritaba
el privilegio que pretendían.[13]
Los ediles recibieron el escrito, pero “unánimes y conformes” adujeron no tener
jurisdicción sobre el particular, por lo que harían las consultas pertinentes antes
de responder. Ello no obstante, dejaron consignado que
la gracia y merced que su Santidad ha concedido a estas
provincias, de Universidad, ha estimado esta ciudad en lo que es justo, por la
utilidad grande y provecho que se sigue a los naturales de ella y a los
forasteros que vienen a estudiar al Colegio de la Compañía de Jesús , en que
conocidamente se ha echado de ver en estos días, con los actos públicos que ha
habido de Artes, a donde ha asistido la Justicia Mayor y parte de este Cabildo,
el aprovechamiento de los estudiantes.[14]
En la sesión capitular realizada dos días más tarde se
presentó el P. Pedro de Oñate, provincial de la Compañía, contradiciendo las
afirmaciones de los dominicos y presentando dos peticiones para que se los
autorizara a ejercer las facultades concedidas en el breve papal. Una de ellas
iba firmada por el procurador general de la ciudad, Gabriel García de Frías, y
la otra por un grupo de estudiantes.[15]
Los estudiantes –que entre los novicios jesuitas y los
seglares sumaban más de ochenta– no se quedaron con eso, sino que designaron a
cuatro de ellos, uno por cada nivel académico, para que levantaran una sumaria
información “ad perpetua rei memoriam”,
destinada a acreditar la calidad de los estudios y desmentir las acusaciones
formuladas por fray Jacinto.
Don Luis de Tejeda y Guzmán “estudiante teólogo” (el primer poeta nacido en tierra argentina), don
Manuel Luis de Cabrera “estudiante artista”,
Adrián Cornejo “estudiante retórico” y
Pedro Bustos de Albornoz “estudiante gramático”,
“por nos y en nombre de los demás estudiantes
que estudiamos en el Colegio de la Compañía de Jesús de esta ciudad de Córdoba
las dichas facultades y ciencias”, se presentaron el 9 de diciembre ante el
vicario foráneo y le pidieron que tomara declaración a calificados testigos,
muchos de ellos antiguos estudiantes de universidades europeas.
Pablo de Acuña Sotomayor, don Pablo de Guzmán, el P.
Sebastián Correa, el licenciado Francisco de Torres, Simón Duarte, Bartolomé
Cornejo, Francisco Gutiérrez Bonifaz, García de Vera Mujica, Hernando Tinoco y
el P. Juan de Puelles y Aguirre coincidieron en afirmar que los estudiantes
acuden a la dicha Compañía con mucha puntualidad y sin faltar
a los estudios y lecciones, y dan buena cuenta della en las conclusiones
frecuentes y actos que tienen en la dicha Compañía, así en Teología como Artes,
Retórica y Gramática.
Añadían que los maestros “son grandes letrados y de grande caudal y suficiencia y que la pudieran
profesar y enseñar en las mayores universidades de Europa”. Refiriéndose a
los exámenes declararon que
los han hecho con asistencia de toda la ciudad, que se
hallaba presente a ello, cada uno de por sí y en diferentes días unos e otros y
los desaminaron tres maestros teólogos y uno de Artes, y hacían el dicho examen
con mucho rigor y mayor que en muchas universidades de España, y lo hacían con
mucha satisfacción de su facultad y admiración de todos, que se holgaron y
alegraron mucho dello e recibían grande consuelo.
Manifestaban por último que habían visto efectuarse
dichos exámenes
con mucha decencia y concurso de gente, como dicho tienen, el
mayor que en esta ciudad pudo haber, que fue el Cabildo della y muchos vecinos
moradores, religiosos del orden de San Francisco y maestros en Santa Teología,
que alabaron los dichos actos y les pareció muy bien, como personas doctas que
son, y decían que los estudiantes tenían muchas letras y viveza en el responder.[16]
Más de dos meses se tomaron los cabildantes para resolver
la controversia. En la sesión del 23 de febrero de 1623, el P. Alfaro presentó
la bula, escrita en pergamino, ante lo
cual “mandaron se cumpla y guarde como su
Majestad manda, y que la dicha bula que está en latín se traduzca al romance y
se ponga un tanto de ella en este libro de Cabildo y un tanto de la Cédula Real
que está a las espaldas de dicha bula”.[17]
Obtenida la aprobación, los primeros egresados
recibieron ese mismo año sus grados de manos del obispo Julián de Cortázar en
una solemne ceremonia que tuvo lugar en la ciudad de Talavera del Esteco, hoy
desaparecida.[18] La
facultad otorgada por Gregorio XV se extendía por espacio de tan sólo diez
años. Vencidos estos, en 1634 Urbano VIII expidió un nuevo breve que la
prolongaba sin límite de tiempo.[19]
Si la universidad se define, como queda dicho, por la
facultad para conceder grados, debemos concluir que no la hay mientras esto no
sea posible. Ergo, no la hubo aquí en 1613, pues la nuestra no fue tal hasta
que el rey y el Papa concedieron dicha facultad mediante los documentos
consignados. Luego el rey remitió el breve pontificio mediante su Real Cédula “de ruego y encargo” y por fin el Cabildo
cordobés les dio cumplimiento, como acabo de relatar. Recién entonces el
Colegio Máximo comenzó a ejercer la facultad de conceder grados –a ejecutar “actos de universidad”, según la
expresión de fray Jacinto Enríquez –, dando así nacimiento a la real y pontificia Universitas cordubensis tucumanae, como
fue llamada a partir de entonces.
De todas maneras, no hay duda de que la donación de
Trejo, aunque luego no alcanzara a la cuarta parte de lo prometido, fue lo que
impulsó el regreso del Colegio Máximo a Córdoba, por lo que entiendo que ese
acto de generosidad debe ser recordado como uno de los hitos más importantes en
la historia de la educación argentina, y la memoria su autor perpetuada con
justicia a través del nombre de Casa de
Trejo con el que suele mencionarse a la Universidad.
Pero eso no lo convierte al ilustre prelado en
fundador de la Universidad ni permite afirmar que en dicha fecha esta fue
fundada. Él mismo reconoce la condición faltante en su escritura de donación, cuando
dice que espera que se gradúen bachilleres, licenciados, maestros y doctores, “dando
para ello su Majestad licencia”.
La Corona reconocía como año de la fundación el de
1622, como consta en otra Real Cédula de Felipe V, fechada el 1° de octubre de
1705 y dirigida al obispo del Tucumán, encargándole observar la práctica que ha
habido en “la Universidad de aquella ciudad”, “siendo así que desde
el año de 622, la tenía su cargo la Compañía, y que se erigió con todos los
requisitos que previenen las leyes”.
Y así lo entendía también la propia Casa de Estudios.
En unas Advertencias sobre nuestra Universidad y sus privilegios, de
autor anónimo, que obran en el Archivo de la Universidad y que son anteriores a
1722, se afirma textualmente: “Universidad o Academia (que es lo mismo) se
dice y es scholla Supremi publice docendas instituta authoritate Pontificis, au
Principis scienttis dispensatur” (escuela instituida para enseñar
públicamente por la autoridad de un Pontífice o un Príncipe). La fecha se
deduce de otro párrafo en el que se afirma que “tiene la Universidad desde
que se fundó, que ha casi cien años, porque se fundó el año de 622, y el de 623
se dieron los primeros grados”.[20]
La Universidad Mayor de
San Carlos y Nuestra Señora de Monserrat
Algunos autores han llegado a sostener que recién hubo
universidad en el año 1800, cuando Carlos IV elevó la Universitas cordubensis tucumanae a la categoría de Real Universidad
Mayor de San Carlos y Nuestra Señora de Monserrat. Quienes sostienen tan
extravagante tesis, lo hacen bajo el argumento que en rigor el Colegio Máximo
no adquirió nunca la categoría de tal, mientras que otros afirman que tras la
expulsión de la Compañía, en 1767, la Universidad jesuítica desapareció, por lo
que no hubo ninguna desde entonces y hasta 1800. Abundan los documentos que
prueban que ambas afirmaciones son inexactas.
Como he relatado más arriba, fue el propio provincial
de los dominicos, fray Jacinto Enríquez, quien en 1622 admitió que el
otorgamiento de grados académicos elevaría al Colegio Máximo de los jesuitas a
la categoría de universidad, cuando al oponerse a ello reclamó que no se les
permitiere que “funden ni ejerzan actos de universidad”. He dicho también
que el Cabildo cordobés dejó constancia ese mismo año de su gratitud por “la gracia y merced que su Santidad ha
concedido a estas provincias, de
Universidad”.
Es cierto que el provincial, P. Pedro de Oñate, dispuso
en sus Ordenaciones que “No demos
a nuestros estudios nombre de Universidad, ni tomemos armas propias, mazas y pendón”.[21]
Pero la realidad lo sobrepasó, pues casi de inmediato se le empezó a llamar de
esa manera, a usar maza y a llevar pendón, con las armas que hasta hoy tiene.
El 21 de diciembre de 1651, el nuevo provincial, P. Juan Pastor, dejó escrito:
“Todas las ordenaciones del Padre provincial Pedro de Oñate tocante a la Universidad se guardan con
toda puntualidad y ejecutan, porque importa para el progreso y buen nombre suyo
y nuestro”. Al final del documento, a continuación de la fecha, agregó que
había sido escrito “visitando esta Universidad”.[22]
En 1664 el P. Andrés de Rada redactó sus célebres Constituciones,
la primera de las cuales rezaba: “Tiene esta
Universidad por titular a San Ignacio de Loyola. En el teatro principal
de ella ha de estar puesta su imagen”. La palabra universidad se repite
muchas veces en ellas e incluso en el juramento de los graduados y en el
nombramiento de los secretarios: “N. é Societate Jesu Rector Collegi, et Universitatis Corbubensis in Tucumania
cunctis hoc instrumentum conspecturis notum facio...” (N., de la
Compañía de Jesús, rector del Colegio y Universidad
de Córdoba del Tucumán, hago conocer a todos los que han de ver este
instrumento...).[23]
Así lo reconocía el prepósito general de la Compañía,
P. Juan Pablo de Oliva, quien en carta al P. Rada del 12 de mayo de 1665 le
decía: “Para que los grados en nuestra
Universidad de Córdoba no se den a personas que no los merecen, buen medio
es el que ha puesto V. R.”.[24]
Si con eso no bastara, el propio Felipe IV consignó en
una Real Cédula fechada en Madrid el 1° de abril de 1664: “Por cuanto en mi
Consejo de las Indias se ha entendido que
en la Ciudad de Córdova de la Provincia del Tucumán hay Universidad fundada con licencia mía”.[25]
En un manuscrito que se conserva en la Biblioteca
Nacional, se solicita al rey y al Consejo de Indias la confirmación de las
constituciones de la Universidad. Hay allí una carta del obispo del Tucumán,
don Francisco de Borja, a su Majestad, fechada el 17 de mayo de 1678, informándole
acerca de la utilidad de tener en Córdoba “una lucida Universidad fundada por el piadoso celo del señor Rey
Felipe IV, padre de V.M.”. Y otra del gobernador del Tucumán, don José de Garro,
fechada también en Córdoba seis días más tarde, afirmando la existencia en esta
ciudad de “una ilustre Universidad,
fundada en el Colegio de la Compañía de Jesús”.
También se sumaron al pedido los procuradores de la
Provincia Jesuítica del Paraguay, PP. Cristóbal de Grijalva y Tomás Domvidas,
en sendos memoriales del año 1679, y el propio Consejo dispuso, el 13 de
diciembre de dicho año, que se le participe el dictamen del fiscal al “procurador general de la Compañía de la
Provincia del Tucumán y Universidad de
Córdova fundada en ella”. En definitiva Carlos II suscribió una Real
Cédula el 13 de febrero de 1680 aprobando las constituciones, “hechas para
el buen gobierno de la Universidad de la
Ciudad de Córdova del Tucumán”.[26]
El P. Diego de Avendaño en el tomo 2° de su Thesaurus
Indicus, editado en Amberes entre 1668 y 1686, afirma que “Sunt namque
in Indiis Universitates aliquæ sub cura Societatis...” (Pues
existen en las Indias algunas Universidades bajo el cuidado de la Compañía...).
Y agrega: “Et tales posse Univertitates dici, auctoritate Supremi Regii
Senatus habetur” (Y tales pueden ser llamadas Universidades, con la
autoridad del Supremo Real Consejo).
He mencionado más arriba la Real Cédula de Felipe V del
1° de octubre de 1705, en la que alude a “la
Universidad de aquella ciudad (…) que desde el año de 622, la tenía
su cargo la Compañía, y que se erigió con todos los requisitos que previenen
las leyes”.
En síntesis, aunque en los primeros años no se la haya
llamado Universidad, el reconocimiento posterior como tal permite fijar la
fecha en que adquirió dicha categoría, que no es otra que el momento en que se
le permitió otorgar grados. De la misma manera, es correcto decir que la República
Argentina nació en 1816, cuando asumimos el status de estado independiente, aun
cuando dicho nombre –República Argentina– apareció muchos años después. O
incluso que celebremos un nuevo aniversario de la fundación de la Universidad Nacional de Córdoba, a pesar de que
comenzó a llamarse así recién en 1854.
De allí que negar la existencia de la Universidad
antes de 1800 es negar la evidencia, aceptada por los propios monarcas. Lo que dispuso
Carlos IV en su Real Cédula del 1° de diciembre de dicho año, es refundarla
como una Universidad Mayor, bajo el nombre de San Carlos y Nuestra Señora de Monserrat.
En el texto de dicho documento está expresamente
reconocida por el rey la existencia previa de la Universidad, cuando afirma que
“en Córdoba del Tucumán estuvieron con nombre de Universidad, a
cargo de los regulares de la extinguida Orden de la Compañía, y por su expulsión
de mis reinos a los religiosos del Orden de San Francisco…”, en virtud de
lo cual el Consejo de Indias le había propuesto “el establecimiento de una nueva
universidad literaria en aquella ciudad”. Añade que ha resuelto aceptar
dicha propuesta, disponiendo que “se erija y funde de nuevo en dicha ciudad (…) una Universidad Mayor”.
Para mayor abundamiento, ordena que se les comunique a los franciscanos la “soberana gratitud y aprecio con que he
mirado los servicios de aquella su Provincia a la Universidad”, y al mencionar al Colegio de Monserrat,
aclara que “se halla situado en el mismo
edificio donde existe la Universidad”.[27]
La enseñanza se continuó impartiendo
de la misma manera y en el mismo lugar en que hasta entonces se venía haciendo
y regenteada por los mismos franciscanos, que habían sustituido a los jesuitas
luego de su expulsión, en 1767. Recién el 11 de enero de 1808 el claustro,
ahora en manos del clero secular, eligió sus nuevas autoridades.
También es inexacta
la afirmación de que hasta esa fecha solo se graduaban los sacerdotes. Una
pléyade de maestros, bachilleres y licenciados que no lo eran, constituyen la
prueba más concluyente de que no fue así. La única restricción la constituía el
doctorado en Teología, que sí exigía el orden sagrado, requisito eliminado en
1784 por la reforma del obispo San Alberto.
* Trabajo publicado en la Revista
de la Junta Provincial de Historia de Córdoba N° 27 (Córdoba 2014, pág. 77 et sequens).
[1] Cfr. el informe del autor del 24 de mayo de 1999, solicitado por la Comisión Nacional
de Monumentos, Museos y Lugares Históricos, para ser presentado ante la Unesco , en el expediente de
declaración de Patrimonio de la Humanidad de las estancias y manzana jesuíticas
de Córdoba.
[2] Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba (en adelante
A.H.P.C.), sección Judicial, Escribanía 2, leg. 1, expte. 4.
[4] Una descripción más detallada de la llegada de los jesuitas a
esta ciudad puede verse en la obra ya mencionada del P. Joaquín Gracia, Los jesuitas en Córdoba, tomo 1, Córdoba
2006.
[5] Carta Anua del año 1611 del P. Diego de Torres al prepósito
general de la Compañía, en JUNTA PROVINCIAL DE HISTORIA DE CÓRDOBA, Córdoba, Ciudad y Provincia (Siglos XVI–XX),
Córdoba 1973, págs.. 51 y 52.
[6] Alude al peso de plata de ocho reales (cfr. BUSTOS ARGAÑARÁS,
Prudencio, Breve historia de la moneda cordobesa,
Córdoba 2002 y 2004).
[8] Carta Anua del año 1614 del P. Diego de Torres al prepósito
general de la Compañía, en JUNTA PROVINCIAL DE HISTORIA DE CÓRDOBA, op. cit., pág. 68.
[10] Archivo de la Universidad (en adelante A.U.C.), sección Documentos, Varios, tomo III, pág. 27, apud Constituciones
de la Universidad de Córdoba, Córdoba 1944, pág. 75 et passim.
[12] Adviértase que se menciona indistintamente al documento como
breve y como bula. La diferencia entre ambos estriba tan solo en la mayor
solemnidad de la segunda.
[13] Los dominicos reclamaban para sí el privilegio de otorgar grados
en su Colegio Máximo, facultad que había sido concedida a su Orden el 11 de
marzo de 1619 por S.S. Pablo V, a petición de Felipe III, mediante el breve Carissimi in Christo Filii. A fines de
dicha centuria se generaría un serio conflicto con tal motivo, a consecuencia
de la creación, por parte del obispo fray Manuel Mercadillo, de la Universidad
dominica Santo Tomás de Aquino. Por algunos años llegó a haber dos
universidades en Córdoba, pero el prelado llegó al extremo de prohibir el otorgamiento
de grados a la jesuítica.
[16] Cfr. FURT, Jorge M., Luis
de Tejeda, Libro de Varios Tratados y Noticias, Córdoba, 1948, pag. 311.
[18] Nuestra Señora de Talavera
de Madrid, nombrada también Esteco,
se situaba en la región conocida como Palca
Tucumán, y era el resultado de la fusión de dos poblaciones: Talavera del Esteco y la Villa de la Nueva Madrid , o Madrid de las Juntas, reunidas en 1609
por decisión del gobernador Alonso de Ribera. Talavera del Esteco había sido
fundada el 15 de julio de 1567 por el gobernador Diego Pacheco, en el poblado
llamado Cáceres, que habían levantado
Jerónimo de Holguín, Diego de Heredia y Juan de Berzocana el año anterior,
cuando se dirigían a Charcas llevando prisionero a Francisco de Aguirre. Su
primitivo emplazamiento estaba a unos doscientos cincuenta kilómetros al norte
de Santiago del Estero, sobre el río Salado. A Madrid de las Juntas, por su
parte, la fundó Jerónimo Rodríguez Macedo el 2 de febrero de 1592, al sur de la
actual Provincia de Salta, cerca de la unión de los ríos Pasaje o Juramento y
Las Piedras. El 13 de setiembre 1692 un violento terremoto sacudió a la ciudad,
causando once muertes y dejándola completamente en ruinas. El sismo se sintió
con intensidad en San Miguel de Tucumán, Jujuy y Salta, atribuyéndose la
salvación de ésta última a la intercesión de la imagen de Nuestro Señor
Jesucristo que se venera en la
Catedral , conocida desde entonces como el Señor del Milagro.
La mayor parte de los sobrevivientes de Esteco se refugiaron en Metán, en donde
poco después fue levantado un fuerte llamado del Rosario, germen de la actual
población de Rosario de la Frontera. Abandonada por sus habitantes, Esteco
terminó por desaparecer.
[19] A.U.C., sección Documentos,
Bulas y Cédulas, Actas 1664-1778, pág. 15, apud Constituciones, op. cit.,
pág. 99.
[22] Archivum Societatis Jesu Remanum, Paraguay 12, fs. 147 y 155vo., apud Constituciones, op. cit., pág. 96.
[23] A.U.C., sección Documentos,
Bulas y Cédulas, Actas 1664-1778,
pág. 143, apud Constituciones, op. cit., pág. 101 et passim.
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