Reproducimos el siguiente interesante artículo del periodista español Juan Manuel de Prada. Para que la historia nos permita pensar acerca de nuestro tiempo...
De ayer y hoy
Juan Manuel de Prada
En las entrevistas que mantuve durante la promoción de mi novela El castillo de diamante, como en las presentaciones de la misma, me hacían machaconamente la misma pregunta: «¿Quiénes serían hoy los equivalentes de Santa Teresa de Jesús y Ana de Mendoza, princesa de Éboli?».
La insistencia en la misma pregunta terminó por resultarme jocosa, pues
revelaba la impotencia emberrinchada de una época que, por un lado,
pretende que todas las mujeres notables del pasado fueron 'adelantadas a
su tiempo' pero a la postre descubre consternada que en este tiempo
nuestro tan adelantado mujeres así no habrían tenido cabida. Como yo
respondía que aquellas habían sido mujeres que hoy no habrían podido
desempeñar su vocación, mis entrevistadores siempre se quedaban mohínos.
Y entonces yo, para consolarlos, les lanzaba el nombre de alguna mujer
famosa de nuestra época, para que ellos mismos comprobaran que el
intento de hallar equivalentes resultaba ridículo. Y es que la época en
que aquellas mujeres nacieron favorecía el florecimiento de
personalidades originales y brillantes, fuertes y diversas; mientras que
de una época como la nuestra, que a la vez que predica el
individualismo fomenta la masificación, sólo brotan personalidades
flojas y mostrencas, muy obsesionadas por la independencia y la
libertad, pero a la postre gregarias.
Una mujer como Ana
de Mendoza, en efecto, para triunfar no habría podido hacerlo por su
cuenta, sino que habría tenido que afiliarse a uno de esos viveros de
gregarismo llamados partidos políticos, que en realidad no son
sino los negociados de izquierdas y derechas que el sistema ha dispuesto
para alimentar la demogresca. Habría tenido que resignarse a repetir
como un lorito las paparruchas contenidas en sus programas electorales; y
habría tenido, por supuesto, que adular y mostrar una adhesión ciega al
líder de turno que, a cambio de sus adulaciones, la habría ido
encumbrando hacia puestos de mando, tal vez incluso hasta el liderazgo
máximo, donde tendría que conformarse con ser un títere del Dinero, que
es el destino final de todo líder político en nuestra época; porque es
natural que las comunidades humanas que han sido reducidas a masa
gregaria sean representadas por gobernantes al servicio del Dinero.
Mucho más cruel todavía habría sido el destino de Santa Teresa de Jesús. En primer lugar, sus
visiones y arrobos místicos serían considerados, en una época tan
avanzada como la nuestra, alucinaciones y trastornos psíquicos;
por lo que, en lugar de llevarla ante los inquisidores (gracias a los
cuales, por cierto, Santa Teresa pudo triunfar sobre sus perseguidores),
la llevarían al psiquiatra, que de inmediato le recetaría una ensalada
de pastillas que matarían su carácter chispeante y la dejarían
amuermada, convertida en un despojo o en un vegetal (y si aún acertase a
tener algún arrobo o visión, la internarían en un manicomio). Por
supuesto, en una época como la nuestra Santa Teresa no podría haber
fundado conventos masculinos, como hizo en una época tan supuestamente
retrógrada como el reinado de Felipe II, porque el puritanismo perverso
de nuestros días pensaría que lo hacía para mantener trato carnal con
los frailes; y de inmediato habría sido denunciada calumniosamente en cualquier programa televisivo casposo
(denuncia que, por supuesto, el obispo de su diócesis se apresuraría a
secundar, para no ser 'misericordiado' desde Roma). Aunque la realidad
es que Santa Teresa, en nuestra época, no habría podido fundar ningún
convento, ni de monjas ni de frailes, pues para hacerlo primeramente
tendría que conseguir licencia municipal; y, antes de conseguirla,
tendría que vencer la resistencia del concejal de urbanismo de cada
lugar, que impepinablemente sería un corrupto de tomo y lomo y la
obligaría a pagar comisión. Para ser del todo sinceros, Santa Teresa en
nuestra época no habría podido ni siquiera ser reformadora religiosa,
pues las únicas reformas que en nuestra época se admiten son aquellas
que postulan una mayor asimilación y acomodación al mundo, una mayor
aceptación de sus usos y un mayor abandono de los rigores primitivos;
mientras que Santa Teresa postulaba una recuperación de tales rigores y
un mayor apartamiento del mundo. Sospecho que nuestra época, que suele
calificar a Santa Teresa de mujer 'adelantada', la habría considerado una mujer insoportablemente retrógrada y la habría condenado al ostracismo.
Y
nada habría sido más lógico. Porque es propio de épocas gregarias
destruir a las personalidades que se resisten a comulgar con sus ruedas
de molino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario