El año pasado 2014, aquí en Mendoza, celebrábamos el bicentenario de San Martín Gobernador-Intendente de Cuyo. En dicha conmemoración se llevó a cabo en San Rafael un Congreso Sanmartiniano en el cual el Prof. José Ferrari presentó esta ponencia que ahora compartimos con los lectores.
"Mi
vida es lo menos reservado que poseo..."
José de
San Martín.
"La
espada que se desenvaina con honor se conserva inmaculada cuando hiere y cuando
mata, porque hace del sufrimiento y de la muerte servidores de la Justicia"
Jordán
Bruno Genta.1
En otras
ocasiones y en distintos ámbitos, se ha evocado al General José de San Martín
como el hombre de la visión estratégica, o el modelo integrador y cabal de un
vero liderazgo, o el diplomático experimentado del exilio, entre otras tantas
facetas de su ejemplaridad. Propongo por mi parte, en esta breve semblanza, que
lo descubramos como el
arquetipo del soldado, como el molde permanente de lo que debiera
ser el hombre militar.
No tanto
el elogio de su capacidad militar y el dominio del arte de la conducción y de
la guerra que fue revelándose en sus batallas, y que dan cuenta importantes
autores militares y siguen siendo motivo de estudio y análisis en muchas
escuelas de armas. Conocido por todos es su cruce de los Andes -hecho
extraordinario de la historia militar-, esa obra maestra de previsión que fue Chacabuco, o esa
otra obra maestra de inspiración -como la definió Aragón- que fue la batalla de Maipo, por decir
los ejemplos más notables.
Que fue un general magnífico y un
profesional de primer orden, ya lo dijeron hasta los libertadores, cuando
echaron su vista atrás y vieron en su ejemplo una enseñanza para su destino. En
vísperas de Ayacucho, noviembre de 1824, Bolívar le escribe a Sucre:
"...Hay que tener en cuenta que el genio de San Martín nos hace falta, y
que sólo ahora comprendo el por qué cedió el paso, para no entorpecer la
Libertad que con tanto sacrificio había conseguido para tres pueblos (...) Esa
lección de táctica y de prudencia que nos ha legado este gran General, no la
deje de tomar en cuenta usted para conseguir la victoria..."
Y
el 9 de diciembre de 1824, día de la batalla, Sucre, esta vez, le escribe a
Santander:
"...He quedado bastante sorprendido del espíritu y táctica que ha sabido
inspirar el General San Martín en el valiente Ejército Patriota y en los
Generales y Oficiales que bajo su mando actuaron, lo que revela la táctica de
este Gran Capitán, que de otro modo no hubiera podido dirigir el gran paso de
los Andes y obtener las brillantes victorias de Chacabuco y Maipú...
Sin embargo, lo
que pretendemos más bien, es captar, entre los bastidores de la historia, su
indisoluble vocación de soldado y que se manifiesta -paradojalmente- en otras
andanzas de su vida. Intentemos escudriñar o acaso intuir el estilo singular y
el perfil moral que se esconde detrás de cada acción, de cada gesto, de cada
palabra del Libertador. Y que lo hacen, primero, soldado; y, luego, conforme a
su estilo militar y a su estatura moral, el arquetipo del soldado, que
providencialmente nuestra historia patria nos propone.
Y no en vano hablamos de arquetipo,
porque -conforme a su precisa etimología- el arquetipo es el origen del modelo,
el molde original. Es el hombre que ha encarnado el Ideal, el hombre
verdaderamente normal y normativo que, naturalmente, nos atrae y nos invita a
un doble movimiento interior: la
admiración y la consiguiente
imitación o, al menos, el permanente deseo de ella.
Bien. Nos parece
que -en un intento por esquematizar lo que queremos memorar y enaltecer-, al
menos, son dos las razones que lo constituyen al General San Martín,
indiscutiblemente, en un soldado, y en pos de su vida pública y privada, en el
arquetipo del soldado. La primera de ellas es: su estilo militar de vida.
El estilo -nos dirá con lucidez García Morente en su "Idea de la
hispanidad"- surge como "una
determinada modalidad peculiar que la naturaleza misma no nos enseña, sino que
se deriva de nuestra personal participación en el espíritu de la
inmortalidad"; y es
"la huella que sobre nuestro hacer real deja siempre el propósito ideal,
el sesgo que a toda realidad imprime nuestro íntimo sistema de preferencias
absolutas"2. Fue el mismo autor quien intentó
descifrar cual era el estilo hispánico, y nos enseñó que la imagen intuitiva
que mejor simboliza la esencia de la hispanidad es el caballero cristiano. Y
recordemos bien que la Caballería es la forma cristiana de la condición
militar.
Nadie como
España supo encarnar, en su historia de vida y de letras, al verdadero
caballero. Y fue de esta España grande -derrumbada, a la sazón, por la invasión
de la revolución y del liberalismo borbónico- de donde irrumpe la figura señera
de nuestro Gran
Capitán. En efecto, José de San Martín, hijo de hidalgos
españoles, fue descendiente directo de este espíritu y de este linaje. Por eso,
ante la derrota inminente de España por las fuerzas napoleónicas, no dudo en
sacrificarlo todo y venirse a la tierra donde había nacido para salvar a
Hispanoamérica de toda dominación extranjera.
Antes
del glorioso cruce de los Andes, publicó un bando en que les decía a los
mendocinos: "A la idea de bien común y de nuestra
existencia, todo debe sacrificarse. Desde este instante el lujo y las
comodidades deben avergonzarnos. Todos somos ya soldados. Cada uno es centinela
de su vida." Y más
adelante, dirá en otra circular con no menos elocuencia: "la
tropa está prevenida de una disciplina rigurosa y respeto que debe a la
religión, a la propiedad y al honor de todo ciudadano. Mi vida es lo menos
reservado que poseo, la he consagrado a vuestra seguridad, la perderé con
placer por tan digno objeto."
En sus palabras, vamos descubriendo al genuino hombre de armas, que sabe que su
servicio es la defensa de lo esencial y permanente de la Patria y por eso está
dispuesto a donarse por entero y por eso -y debiera ser una máxima militar
sanmartiniana- su vida es lo menos reservado que posee...
"Bien logrado es el pueblo y
amorosa la Patria, si forjó sus destinos
un mártir de la espada
-le cantaba Marechal-."3
Fue el mismo
General San Martín el que se autodefinió como militar. Y lo expone claramente
en su correspondencia con Rosas a quien, vale decirlo, no sólo le legó su bien
material más preciado, su sable, sino también, le tuvo una notable admiración
por considerarlo el continuador de la Independencia, restaurador de las leyes.
En julio de 1839, don Juan Manuel de Rosas le escribe a San Martín para pedirle
sea ministro plenipotenciario en la República del Perú. El General, desde
París, en octubre del mismo año, le agradece la confianza a Rosas, rechaza el
puesto político que le ha ofrecido y le manifiesta que "enrolado en la carrera
militar desde los doce años, ni mi educación, ni mi instrucción las creo propias
para desempeñar con acierto este encargo... (vale decir, otras
misiones públicas)." Pero para que nadie ose pensar que San Martín haya
escrito esto para excusarse del compromiso que Rosas le pedía, aduciendo su
talento y talante militar; es preciso leer un extracto de otra carta, también
dirigida a Rosas, en la que manifiesta -ahora positivamente- su conducta
militar y su vocación indisoluble de servicio armado a la patria. Con motivo
del bloqueo francés a nuestra Patria, le escribe: "He visto por los papeles
públicos de ésta, el bloqueo que el gobierno francés ha establecido contra
nuestro país; ignoro los resultados de esta medida; si son los de la guerra yo
sé lo que mi deber me impone como americano; pero en mis circunstancias y de la
que no se fuese a creer que me supongo un hombre necesario, hace que por un
exceso de delicadeza que Ud. sabrá valorar, si Ud. me cree de alguna utilidad
espero sus órdenes; tres días después de haberlas recibido me pondré en marcha
para servir a la patria honradamente, en cualquier clase que se me
destine."4 ¡Qué retrato de humildad, de servicio,
de magnanimidad!
Amén de sus
palabras y escritos, su estampa guerrera fue conformándose a través de las
hazañas en las que resplandeció su grandeza de alma y su justicia regia. Así lo
han visto sus camaradas y dan testimonio de ello. El Gral. Gerónimo Espejo, por
ejemplo, en "El paso de los Andes" -esa magnífica crónica de las
operaciones del Ejército de los Andes- nos trae un vivo retrato de San Martín.
Escribe Espejo,
"la cualidad que más resaltaba en San Martín como militar, era el valor personal en los combates, pues esgrimía su sable como el más intrépido soldado. Su valor era frío, sereno, ese valor que deja al hombre el dominio de su razón, y la libertad para aprovecharse de los errores o descuidos de su enemigo. Todo eso reunido constituye el prestigio de un buen general si era severo en la corrección de las faltas; en el servicio, era justo y equitativo también en los premios y recompensas por la exactitud y servicios notables, sin distinción de clases ni rangos. Era imparcial con altura e independencia, y en su ánimo no encontraba cabida el favoritismo. Aborrecía el chisme. Sus recompensas las acordaba al verdadero mérito, con la balanza de la justicia en la mano."5
He aquí las
esencias de un innegable estilo militar. San Martín sabía -porque seguramente
lo estudió en su carrera militar- que ser soldado es vivir en subordinación,
que significa, sometidos a una ordenación superior. Y entonces la injusticia es
una evasión o una ruptura del orden, es decir, una insubordinación. Por eso en
las Fuerzas Armadas de una nación, la subordinación obliga a todos por igual,
tanto al que manda como al que obedece. En este sentido, el General San Martín
fue siempre un subordinado. Sabía mandar bien y su autoridad moral y prudencial
le valió la confianza y el respeto de todo un ejército.
"La razón porque el ejército
de los Andes fue un modelo en todo
-dijo el coronel Pueyrredón- consistía en la mutua y plena
confianza que había sabido engendrar en todas las clases, desde el soldado
hasta el primer jefe. Ésta fue la base fundamental de la educación militar que
San Martín dio a su ejército. A ella debe sus glorias y su renombre, y su
recuerdo será una de las mejores páginas de nuestra historia."
Dijimos,
entonces, que este estilo militar de vida enraizado en la Caballería hispánica,
es la primera razón por la cual nos animamos a presentar a don José de San
Martín como el arquetipo del soldado. Hay una segunda razón que manifiesta y
afirma, sobre todo, su arquetipicidad, y es que el Gral. San Martín personificó
y encarnó hasta su muerte
las virtudes militares más altas. Es cierto que estas dos razones
-y merece ser dicho- son como dos caras de una misma moneda. Porque el estilo
militar del que venimos hablando, contiene en su esencia a la virtud...la
virtud y el Ideal, la milicia y la Fe. Más todavía, las virtudes militares
vienen a ser la expresión latente de ese estilo militar.
Fue el español
Jorge Vigón en su obra "Hay un estilo militar de vida", uno de los
que vislumbró este estilo y precisó la psicología, la vocación y las virtudes
del hombre militar. Y fue él mismo quien escribió que "el estilo militar de vida
es este que definen la austeridad, la justicia, el valor, la paciencia, todas
las virtudes... Lo demás, los
saludos, las fórmulas de cortesía castrense, las rígidas actitudes marciales,
los taconazos, no constituyen un estilo, y pueden llegar a ser una caricatura".6 Y por
eso mismo hablamos de virtudes. Porque "las armas no sólo con el cuerpo se
ejercitan" -como nos enseñara Cervantes- sino que el combatiente probado
debe ser diestro en razones y pasiones para el socorro de la verdad y de la
patria. El guerrero que sabe empuñar su espada pero no sabe ordenarla
virtuosamente hacia lo justo y lo noble, se convierte en un provocador
insolente, causa de discordia y de ilegítimas violencias. Muestras de estas
caricaturas armadas encontraremos por doquier en todos los pueblos y en todos
los tiempos y están, precisamente, en las antípodas de este estilo militar
sanmartiniano que queremos rescatar.
En esto radica
la distinción, la singularidad y la grandeza de nuestro General. Pues la
primera guerra fue consigo mismo, su corazón fue la primera conquista, su
primera medalla perdurable. Por eso conquistó a fuerza de voluntad y de
plegaria las virtudes militares. ¿Y cuáles son estas virtudes que debieran
configurar al soldado, que son inherentes a su tarea y a su alta misión?
Consideremos, brevemente, algunas de ellas.
En primer lugar,
su austeridad.
La vida agreste y dura de las campañas se le hizo connatural a San Martín.
Vivió pobremente, modestamente. Su gobernación de Mendoza tiene ejemplos
sobrados al respecto. Ni en el comer, ni en el vestir, ni en el andar le cabían
la intemperancia, la vanidad o el hedonismo. Vestía siempre sus botas de montar
y el uniforme oscuro de los Granaderos a caballo. Su vida íntima era sobria y
sacrificada: solía levantarse a las cuatro de la mañana y dedicaba el día a los
asuntos del ejército, a su correspondencia, a recibir visitas o a cortos
ejercicios. Era infatigable en sus trabajos. Su comida era frugal y por las
noches - según los papeles de Guido- volvía temprano a su aposento "y se
acostaba en su angosto lecho de campaña, no habiendo querido, fiel a sus antiguos
hábitos, reposar nunca en cama lujosa que allí le habían preparado".
Esta austeridad sanmartiniana, junto a
otras virtudes conexas, resplandecen aún más durante su campaña militar. Mucho
más, en las descripciones detalladas y amenas que nos hace Mitre. Por poner un
sólo ejemplo, refiriéndose a los campos de instrucción del Plumerillo que pensó
y armó San Martín, no narra lo siguiente:
"Al toque de diana, con las
primeras luces del alba, se disparaba un cañonazo. A esta señal todos los
cuerpos llenaban la gran plaza de armas (...) Los ejercicios duraban tres o
cuatro horas por la mañana, con breves intervalos de descanso, y se repetían
por la tarde, prolongándose a veces hasta la noche cuando había luna. El día lo
empleaban los soldados haciendo su propio calzado o fabricando sus fornituras o
utensilios, porque cada uno tenía además de su servicio de armas la obligación
de ser artesano de sí mismo. Después de la tercera lista, se rezaba el rosario
por compañías, y al toque de silencio reposaba aquella colmena guerrera (...) A
imitación y ejemplo de su amigo y de su maestro en virtudes, el general
Belgrano, eligió por patrona del ejército a la Virgen del Carmen, con las
formalidades graves de su carácter disciplinario"7.
Hasta aquí el general Mitre y con sólo
un brevísimo extracto de la formación del ejército de los Andes, en el que
empieza a presentirse la impronta de su carácter marcial y de su temple
macerado.
La virtud de la fortaleza, fue
otro de sus trofeos intangibles y acaso el más grande. Fortaleza moral que,
sobre todo, es interior. Que no significa musculatura ni alude a los
superhéroes de moda. Hace referencia, más bien, al combatiente esforzado y
piadoso que proponía Roma. Lleno de energía interior y un constante esfuerzo
espiritual que los preparaba para la vigilia, para los gestos graves y el
entrevero heroico a pesar de la ruindad física y material, y del sinfín de
enfermedades que nuestro Libertador, desde joven, supo llevar a cuestas y en
silencio marcial. Fortaleza que supone el acto de atacar y de resistir, el
valor en el combate y la entereza en la adversidad, en la calumnia, en el
destierro..."Mi corazón está dilacerado -escribió el General- con tantos
desengaños, traición, ingratitud y bajezas". Ésta es la virtud que
caracterizó a San Martín hasta su renunciamiento heroico en Guayaquil y su
exilio involuntario y definitivo.
Su voluntad esclarecida imprimió el
carácter de toda su campaña y de toda su vida castrense. Es el General Mitre el
que, otra vez, lo dijo tajantemente: "El
secreto de la potencia de San Martín, como hombre de acción y pensamiento
relativo, consistía en la voluntad, que constituía la sustancia y la esencia de
su ser. Ella era la cualidad predominante, que más que su inteligencia o su
escasa instrucción le daba el conocimiento seguro de los hombres y de las
cosas, y la certidumbre que lo guiaba"8. Voluntad
esclarecida, entonces, al servicio de la soberanía de la patria y de la unidad
de Hispanoamérica.
Por último, para no alargarnos, veamos
la virtud de la justicia.
El Filósofo ya nos había enseñado que el esfuerzo sin la justicia es materia de
iniquidad. Bien lo supo "el justo de la espada", porque fue una
divisa inalterable en sus decisiones y en sus órdenes. "Era
imparcial con altura e independencia
-nos lo recuerda, otra vez, el Gral. Espejo-, y en su ánimo no
encontraba cabida el favoritismo. Sus recompensas las acordaba al verdadero
mérito, con la balanza de la justicia en la mano porque una recompensa no
merecida, decía con frecuencia, hace desaparecer la emulación y fomenta las
intrigas".9
Un vivo
retrato de este virtuoso General -que me parece interesante por lo imparcial y
objetivo- es el informe que remite a Washington el conocido agente
norteamericano, Worthington, quien lo visita antes y después de la batalla de
Maipo. Un pequeño extracto del mismo nos dice:
"San
Martín es una personalidad sobre la cual es necesario que Ud. tenga todos los
datos que estoy en condiciones de hacerle conocer... Tiene, según creo, 39
años, es hombre bien proporcionado... tiene maneras distinguidas y cultas y la
réplica tan viva como el pensamiento. Es valiente, desprendido en cuestiones de
dinero, sobrio en el comer y beber. Es sencillo y enemigo de la ostentación en
el vestir y no le tienta la pompa ni el fausto... Creo que esta personalidad
sobrepasa las circunstancias de tiempo en que le ha tocado actuar y las
personalidades con quienes colabora... Vi a San Martín después de la batalla de
Maipú, porque estuve por la noche a congratular al Director. San Martín estaba
sentado a su derecha. Me pareció despreocupado y tranquilo. Al felicitarlo muy
particularmente por el reciente suceso, sonriendo con modestia me contestó: -Es
la suerte de la guerra, nada más. Con lo que dejo escrito estará Ud. en
condiciones de formar una opinión sobre el héroe de Los Andes, a quien
considero el hombre más grande de los que he visto en la América del Sur."10
Antes de
terminar, se precisa otra nota aclaratoria. Así como afirmamos recién, que el
estilo militar de vida que encarnó San Martín contiene en su raíz a las
virtudes militares; también es cierto que estas virtudes nos conducen,
necesariamente, al hombre acabadamente virtuoso. Porque el valor, la
abnegación, la paciencia hacen a la fortaleza; así como la piedad y la
subordinación a la justicia. La austeridad y la modestia, por su parte,
corresponden a la templanza, y el saber mandar y regir un ejército y un destino
determinan la prudencia. Y por eso en San Martín -concluye y sintetiza
genialmente Genta-
"las virtudes cardinales definían su perfil moral, realzadas por la
Caridad en el esfuerzo bélico y en la hora solemne del renunciamiento: la
fortaleza del ánimo empeñada en una causa justa, a la que sirvió con constancia persistente, prudencia en las
acciones y sobriedad en las costumbres".11
San Martín, es
el soldado por antonomasia. Su vida resignada se hizo ofrenda y albura, su amor
a la Patria -preclaro, corajudo y siempre constante- debiera ser cátedra viva
para nuestros soldados de hoy. Sus ideas claras, su integridad moral y su
enorme capacidad militar puestas todas al servicio de la Patria, lo constituyen
en arquetipo esencial y trascendente para nuestra juventud argentina. Porque no
es un hombre virtuoso común y corriente, sino anclado en ese estilo elevado que
sugiere el espíritu de servicio antes que el espíritu de lucro, que prefiere la
abnegación y el sacrificio por sobre el beneficio y que entiende la vida, no
como un negocio, sino como una milicia. De ahí, su señorío incólume, su lección
inmortal.
San Martín -escribió Roque Raúl Aragón-
"formó un ejército, pieza por pieza, y le infundió el temple de su alma
viril; lo imbuyó de esa noción que era esencial en aquel tiempo y hoy resulta
anacrónica: la mera defensa de la patria como objetivo supremo del soldado.
Parece más razonable pagar la vida con retazos de soberanía; pero defender la
soberanía con riesgo de la vida es mucho más lindo. Han variado los criterios.
Él, San Martín, creyó en la soberanía, la quiso y la obtuvo, con valentía y con
inteligencia. Ésa es la clave de su obra". Ésa es clave
de su obra y es la principal lección que le dejó al militar argentino y que es,
además, su específica misión: el cuidado de la soberanía y el honor de la
Patria.
En este
bicentenario de su gobernación en Mendoza; se nos hace imperiosa la necesidad
de justipreciar su vida resignada y su gesta sin par. Frente a las insidias de
tantos historiadores renuentes que lo olvidan y, cuando no, en pos de intereses
rastreros tergiversan sin escrúpulos su pasado de gloria; es preciso evocar su
figura elocuente. Reminiscencias de su vida pública, privada y militar debieran
ser ejemplo permanente para todo argentino bien nacido. Ser infieles a nuestra
vera historia es ser infieles a nuestro destino inescrutable.
Es nuestro deber
filial rendirle honores al
padre de la patria. Y más que nunca es necesario su retorno y la
restauración de su legado. Pero no en el tiempo y en el espacio, de un modo
milagrero; sino, en el corazón generoso de cada argentino decente forjado en un
trajín de peleas y anhelos eternos, heredero de un imperio vigoroso que nos
trajo la Religión verdadera y la
caballería hechas costumbre. Para corresponder a nuestro
designio, es conveniente -lo diremos una vez más- proponer su ejemplo y señalar
su vigencia, para hacer realidad y estandarte esa Patria Grande con la que soñó
y con la soñamos. San Martín.
Fue soldado por herencia, corazón y
sacrificio, fue soldado por oficio, vocación y providencia. General en la
inclemencia del ultraje y la herejía. Y otra vez la patria mía ofreciendo
resistencia.
Venció la montaña fiera con su indómito
coraje, con un sueño por bagaje conquistó la cordillera. Por su nobleza
guerrera lo reconoce la historia, por su sable hecho victoria flamea nuestra
bandera.
1 Genta, Jordán Bruno, Guerra
Contrarrevolucionaria, Bs. As. Dictio, 1976, p. 551.
3 Marechal, Leopoldo, Canto de San
Martín, Buenos Aires, Castañeda, 1979, p. 55.
4 Extracto de la carta de San Martín a Rosas. Grand Bourg, cerca de París, 5
de agosto de 1838.
5 Espejo, Gerónimo, El paso de los Andes,
Buenos Aires, Kraft, 1953, p. 29 y 30.
6 Vigón, Jorge, Hay un estilo militar de vida,
Madrid, Editora Nacional, 1966, p. 133.
7 Mitre,
Bartolomé, Historia de San Martín y de la
emancipación sudamericana, Buenos Aires, PEUSER, 1952, p. 330.
8 Mitre, Bartolomé, Op.
Cit., p. 266.
9 Espejo, Gerónimo, Op. Cit., p. 30.
10 Busaniche, José L., San Martín visto
por sus contemporáneos, Solar, Bs. As., 1942, pp. 104-108.
11 Genta, Jordán Bruno, Curso de
psicología, Buenos Aires, Huemul, 1966, p. 307.
12Aragón,
Roque Raúl, Creer
en la soberanía. En: Bajo
estos mismos cielos, Buenos Aires, Vórtice, 2014, pág. 90.
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