Iniciamos la publicación en tres entregas del presente artículo sobre una obra literaria Hispanoamericana que permitirá a la autora ofrecernos algunas reflexiones acerca de las peculiaridades del Barroco americano
Elena
CALDERON de CUERVO
Facultad
de Filosofía y Letras
UNCuyo
La presente exposición
no pretende el rango de un
enunciado científico sino que, más modestamente, intenta señalar algunas
notas sobre esta impresionante obra de la literatura Hispanoamericana, La
Christiada de Diego de
Hojeda; y pretende hacerlo precisamente, desde el aspecto que siempre se le ha reprochado: su abultado aparato doctrinario
y especulativo.
En este sentido, a la lectura atenta del texto, una
pregunta surge inmediatamente: ¿porqué Hojeda escribía desde estas antárticas tierras
una epopeya más, y porqué una epopeya
sobre la vida de Cristo, aumentando groseramente
el número de epopeyas y de vidas de
Cristo que colmaban las literaturas del Viejo Mundo desde hacía más de cincuenta años? Y más aún, una obra
que aumentaba notablemente el grado de complicación de su composición debido al abultadísimo aparato
doctrinario que la justificaba.
Caracterización del Barroco
Americano
El
análisis y la ponderación del
complejísimo estatuto barroco del poema nos impide una respuesta simplista que
tampoco puede satisfacerse en razón de
su contexto: el perfil social de los virreinatos hispanoamericanos no fue el
mismo que el de los otros virreinatos españoles
de Nápoles y Cerdeña que habían dado origen, en las artes, nada menos que al itálico modo. En América, por el contrario, se estableció una sociedad con una
organización cultural netamente clerical, compuesta por una gran masa india -sobre la que se ejerció una decidida política
de pedagogía cristiana-, los
conquistadores y sus milicias y un pequeño grupo en torno al virrey que no
siempre fue de la aristocracia peninsular. Estos eran los estamentos laicos de
la sociedad hispanoamericana. Estaba, además, el grueso cuerpo de la vida
conventual sobre la que recaía el peso de la impronta cultural de los pueblos fundados. Los sucesivos Concilios de la Nueva España y del
Perú, llevados a cabo tanto por el Patronato como por las órdenes religiosas,
le dieron a la organización política de
América el mismo sentido que la
Misión: el objetivo de
ambos fue la derrota de la
idolatría y la instalación definitiva de
una sociedad cristiana nueva. Bajo este
espectro, si bien no se puede hablar de teocracia, sí se puede afirmar
que la sociedad americana fue decididamente confesional. Por otra parte, los
objetivos del gobierno español en Indias se pueden deducir de los fines para
los cuales fueron creados los virreinatos. De acuerdo con F. Morales Padrón (Historia General de América. Madrid, Espasa Calpe, 1982. T.II, p. 371sq.)
estos fines, íntimamente ligados entre sí eran:
1. Religión 2. Buen Gobierno; 3. Administración de Justicia; 4. Buen
trato a los indios. En esta forma, agrega Morales Padrón, “las indias se
constituyeron en un estado confesional,
que exigía la abolición de ritos antiguos, que no toleraba la presencia de otras religiones y que
mantenía una permanente vigilancia en lo religioso (…) la España de los Austrias fue
testigo en América de una total identificación del estado con la Iglesia” y contó con
esta como primer y fundamental factor de
cohesión y coordinación cultural. Habrá que señalar, además, que en este
espectro religioso de la sociedad del
Nuevo Mundo, la actitud replegada, defensiva e intelectual de la Europa católica cedió paso
a una actitud popular en el mejor de los sentidos, más vital y dinámica acorde
con el programa de la evangelización en
América.
Al no
haber entonces, una literatura de corte, ni una actitud contrarreformista, los
géneros literarios emergentes de la estética barroca peninsular, se
abroquelaron más tranquilamente en los géneros más “populares” de la época,
esencialmente didácticos e historiográficos:
la crónica y teatro evangelizador fueron los modos propios de América y, en la
línea de moldes importados, el género
mayor cultivado en el espacio americano fue sin dudas la
comedia: mientras en la
Península se multiplicaban ad infinitum los dramas (políticos, morales y teológicos) la comedia hispanoamericana,
particularmente la mexicana, reflejó la
sociedad de aldea del Nuevo Mundo. No había público para el drama y lo cómico
impregnó, aún y muy a la manera medieval, las representaciones de carácter
religioso. Es cierto que se
escribieron numerosísimas epopeyas en América y las tres más logradas en lengua española se
debieron a nuestro suelo: La Araucana; el Bernardo del Carpio y La Christiada, pero ninguna estuvo destinada a un público criollo y de hecho las
tres se editaron en la Península. No quiero
decir con esto que el espacio de producción no incidiera en la formulación de
sus aspectos constructivos. Es La Araucana, sin
dudas, la que deja establecidas las
modulaciones que el género adopta en el ámbito americano a la vez que dibuja el
eslabón entre la épica renacentista
(Ariosto y la serie de los Orlandos) y la primer historiografía de Indias; y no solo en lo que
respecta al plano temático emergente del
descubrimiento y conquista sino en las inflexiones retóricas de su
formalización, especialmente en la presencia señera del historicismo
autobiográfico. Pero la organización de
la inventio en relación con un
sistema de presupuestos teóricos
pretextuales habrá que buscarla
en el espacio de la recepción.
Y
entonces allí poder descubrir qué entendían al leer el poema de Hojeda, los García Hurtado y el Marqués de
Montesclaros, qué leyó el rey, don Felipe III y don Jorge de Tovar, y su
escribano de cámara, Antonio de Olmedo y todos los que aprobaron y exaltaron esta
obra. Y qué leyó, en fin, Lope de Vega y
Carpio al punto de llamar a nuestro fraile
“sacro Apolo” e “historiador
sagrado” y, “en el orbe distinto, nuevo David y Evangelista quinto.”
En la próxima entrega: La Christiada, géneros
literarios y fin del hombre
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