Fiel
al modelo virgiliano, La Christiada está compuesta de doce libros. Estrictamente centrada en los
requisitos del género y en el tiempo real de una jornada y media, relata la Pasión de Cristo desde la
última Cena hasta el enterramiento:
Y
cuando estos misterios acabaron
Sobre
la base de este riguroso tracto histórico, el poeta acumula un impresionante y
complejísimo aparato doctrinario que tiene por objeto actualizar y resignificar el misterio del Gólgota desde
el programa de gobierno que justificaba la instalación del sistema de los virreinatos americanos. Así entonces, siguiendo los requerimientos del género, el autor instala en forma de tropos o figuras literarias los principios teóricos en función de los cuales expondrá su cosmovisión político-religiosa.
Ya se
vio cómo Hojeda dedica su poema al marqués de Montesclaros, a quien elogia
por sus condiciones de gobernante. Luego
de instalar el eco virgiliano desde el
primer verso: Canto al Hijo de Dios,
Humano y muerto, las estrofas 3 y 4 del Libro primero se dirigen al Marqués:
Tú,
gran marqués, en cuyo monte claro
la
ciencia tiene su lugar secreto,
la
nobleza un espejo en virtud raro,
el
Antártico mundo un sol perfecto,
el
saber premio y el estudio amparo,
y
la pluma y pincel dino sujeto:
oye
del Ombre Dios la breve historia,
infinita
en valor, inmensa en gloria.
Verás
clavado en Cruz al Rey eterno:
míralo
en cruz y hallarás qué aprendas;
que
es una oculta cruz el buen gobierno,
y
en tu cruz quiere que a su cruz
atiendas.
Aquí
el celo abrasado, el amor tierno,
de
rigor y piedad las varias sendas
por
donde al cielo un príncipe camina,
te
enseñará con arte y luz divina.
Es
entonces, el tópico del Príncipe,
asociado a la figura de Cristo que reina desde la Cruz y fuertemente
abroquelado en la filosofía de Santo Tomás, el cauce por el cual Hojeda expone
sus principios de buen gobierno. Las
condiciones naturales de Montesclaros de nobleza y sabiduría son el pendent de la prudencia que habrá de llevarlo a la
contemplación del Crucificado para, de cruz
a Cruz, comprender con seguro golpe de vista las sendas de rigor y piedad que han de ser el camino que asegure su
conducción.
En las
palabras que dirige Hojeda a Montesclaros, por su ilustrísima sangre, respetada entre los grandes de España, y que
aparece como dato cotextual, luego de la
serie de aprobaciones -desde la del Rey a la de Fray Agustín de Vega- el autor justifica esta dedicatoria por tres razones
que especifica puntualmente:
La
primera: por la Sabiduría y gran
conocimiento que de buenas letras ha
comunicado Dios a vuestra Ecelencia, que de esto deben ampararse los libros que
desean con razón perpetuidad.
La
segunda: porque quien ha gobernado los
dos reinos de las Indias Occidentales, i el archivo de sus tesoros, Sevilla,
con tanto acertamiento y prudencia, es justo se le ofrezca por espejo, la
fundación i acrecentamiento i premio del reino del Salvador, Rey de reyes
verdadero.
La
tercera: el ver a
vuestra Ecelencia tan aficionado a pobres en las primeras provisiones deste
Reino y tan reto distribuidor de la justicia en las segundas de Chile
impelió mi deseo para poner en manos de
Príncipe tan justo y misericordioso, la unión más admirable de la Justicia i Misericordia
de Dios.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgReJbDlIWKrQEup7QtXIpURbyMWBmxv1mvlfVbnpn2h2_f73heSQ0filnhTZEQolwQnwTKepoSUa2q9eX27tvMJqiD85qCb3ANEiAGWC5eYG9KuKfy7LaBJ12aqWC2clUfiYjpXnPHrr4Y/s1600/cristida.jpg)
De
esta manera, el poema se propone como un
manual del buen gobierno recuperando aquel dato esencial de la categoría
épica y que había inspirado tanto a Homero como a Virgilio pero que se había
perdido con la saga novelesca de los Orlando del Renacimiento, de Ariosto,
Boiardo y Luigi Pulci.
Como
complemento del tópico central del Príncipe y asociado a la figura del Cristo paciente, se desarrolla en el
poema el simbolismo de la corona:
El
dato iconológico de la corona despliega
su sentido en tres direcciones: su
situación en el vértice de la cabeza le confiere una significación preeminente,
comparte no solamente los valores de la cabeza, cima del cuerpo humano, sino
también los valores de lo que rebasa la propia cabeza, el don venido de lo
alto. Su forma circular indica la perfección y la participación en lo
sobrenatual, cuyo símbolo es el círculo; une en el coronado lo que está por
debajo de él y lo que está por encima, pero marcando los límites que, en el Príncipe separan lo terreno de lo celestial, lo
humano de lo divino. Es decir le recuerdan al rey que es hombre y que como
tal gobierna y que, al mismo tiempo, su
poder viene de Dios y a Dios debe ser remitido. Esta constante doble
referencialidad de la corona inspira la larga descripción de la coronación de
espinas del Libro IX:
Y
determinan darle una corona
que
el reino imaginado represente,
y
como a rey adorne su persona,
y
como a rey culpado le atormente;
Si por
un lado el dolor que causa la incrustación de la corona es en Cristo el dato de
su más patética humanidad:
¡Oh gran dolor! Entraban las espinas,
y
algunas al entrar se despuntaban,
otras
las sienes de Jesús divinas
y
el sagrado cerebro traspasaban;
otras
con reverencia más beninas
entre
el cuero y la carne se engastaban;
y
otras de más aguda fortaleza
al
hueso se arrimaban con presteza.
Pero,
por otro, es precisamente ese “dolor” “mi ganancia”: ésta en el modo, aquél en la sustancia.
La
corona representa en Hojeda la plenitud de la monarquía:
Que
si bien de espina te ciñeron,
como
a su rey al fin te coronaron,
y
aunque de tu poder mofa hizieron,
humildes
obediencia te juraron;
bien
sé que con las manos te hirieron,
más
luego las rodillas te hincaron;
cetro
de escarnio y púrpura tuviste,
pero
con ella y él resplandeciente.
No es
una mera ni arbitraria alegoría poética la que ofrece Hojeda en este retrato
iconográfico del Príncipe, al que lo adorna con los atributos de la Pasión y, como a tal
también, lo enfrenta con la
Muerte, única Soberana del tiempo:
De
rutilante púrpura vestida,
y
por mofa vestida se le ofrece,
y
una caña por cetro recebida,
con
que el rostro le hieren, aparece:
es
muerte que la cruz venció a la vida,
y
así la cruz en ella resplandece;
crucificada viene: ¡oh muerte fiera!
Dios
te ve, Dios te teme y Dios te espera.
Quizás
estas octavas significan el memento homo del príncipe. Ante la
presencia de la muerte ha de vivir
y reinar el soberano y esta idea está en toda la poesía
político-teológica de la época. No
exclama acaso el infeliz Segismundo
Sueña
el rey que es rey y vive
con
este engaño mandado,
disponiendo
y gobernando,
(…)
y
en cenizas los convierte
la
muerte (¡desdicha fuerte!)
¿Que
hay quién intente reinar,
viendo
que ha de dispertar
en
el sueño de la muerte?
Todo
soberano ha de vivir de cara al trance final de la Muerte, en cuyo juicio
encontrará la ponderación definitiva de su gobierno. Dante en el Canto 18 del Paraíso divisa a los reyes justos bajo
la figura estelar del águila
Diligete iustitiam
fue el primer verbo y el primer nombre que dibujaron. Qui iudicatis terram fueron
los últimos… Y vi descender otras luces allí donde estaba la parte
superior de la M y
quedarse allí cantando, según creo, el bien que las atraía. Después, como al
golpear tizones encendidos brotan innumerables chispas, que los tontos suelen
tomar por augurios, parecióme ver brotar
de allí más de mil luces y subir, cuál
más, cuál menos, tal como las había distribuido el sol que las encendió y, fija
cada una en su lugar, representar claramente la cabeza y el cuello de un
águila” (Parad. 18: 88-108)
Interpretar
etas imágenes, tanto en Dante como en Hojeda, en un sentido más o menos
figurado, es interpretarlas mal. Su
fundamento es cabalmente una visión del más subido realismo político en cuanto a los riesgos
que de ordinario acechan al soberano y
de la casi sobrehumana dificultad que entraña la tarea de dar cumplimiento a la justicia
distributiva.
Esta
manera de presentar al soberano admite los contenidos de la más patética
humanidad y ubica el tópico del príncipe como centro y fin de todo el drama del Gólgota. Tanto en el
plano estructural como en el semántico,
la condición humana llega a tener, en el
poema, el alcance de una tesis. Este aspecto del poema que, por otra parte ponía en
evidencia un tema de gran actualidad en el horizonte religioso europeo,
venía a insertarse en el programa político del Patronato que aunaba todos sus
esfuerzos en la lucha contra la idolatría en afán de rescatar tantas almas del
poder de los demonios temidos “del Pirú (…) que en luzientes culebras se
mostraron”.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhvDizjhJbOwCmtWmanwiA683bYHlAo3KbDfvdc4iRwCCzNZ0n7XVwEwr5WzJzWbWspPNLUJXrrHsjp5xDzbezxqfwMxvpurs1HMUSjxEwuaO0PtYpFe4D8AKiQnpY9FG9L3QWL9CsPzqoV/s1600/tapa.jpg)
Para
terminar, es importante señalar que la epopeya
de los siglos XVI y XVII fue de suyo un género inauténtico, ocupado más
en transmitir una idea que en captar el sentir de una civilización. Para ver nacer el genio épico en
Hispanoamérica, con toda la carga emotiva
y profética de su ethos viril
y guerrero, habrá que esperar el canto
elegíaco del Martín Fierro, y preguntarnos,
con Jorge Manríquez qu’e se fizo aquel
imperio y ver con la misma musa épica que inspiró a Homero y a Virgilio a cantar
sus furias y penas,
cómo
brotan las quejas de su pecho,
como
un lamento sentido;
y
es tanto lo que ha sufrido
y
males de tal tamaño
que
reto a todos los años
a
que traigan el olvido.
(Vuelta. I, 18)
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