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A comienzos del 700 las informaciones que llegaban a Europa
convirtieron a la Compañía de Jesús en el tema obligado de las reuniones
sociales y los sueños de los jóvenes se orientaban con sus fantasías
románticas a sumarse a esa legión mística de los hombres de negro. Por
su parte los superiores de los misioneros desde la Provincia del
Paraguay clamaban por voluntarios. Expertos en agricultura, astronomía,
estrategas militares y artistas formaban parte de esa poderosa legión.
Un grupo excepcional partió de Sevilla en 1717 a bordo de una nave
que los conduciría al Río de la Plata. En un lapso de solo 30 años
-anteriores a la fecha mencionada habían fallecido por causas de
naufragio 113 misioneros, sin contar los que eran arrastrados por las
enfermedades. En ese barco se encontraban los famosos arquitectos
Giovanni Batista Primoli y Giovanni Bianchi; Manuel Querini, Esteban
Pelozzi, junto a otros anónimos carpinteros, sastres, astrónomos y
expertos en cuestiones militares. El protagonista de esta noche
emocionante Domenico Zipoli ilustre ciudadano del mundo, nacido en Prato
partía rumbo a un futuro incierto.
Zipoli, luego de sus años de formación en Prato, Firenze, Nápoli,
Bologna y Roma, compartiendo la más privilegiada posición como músico,
junto a Arcangelo Corelli, con sus partituras a cuestas se embarcó rumbo
a Córdoba. Un dato bastante curioso que pude hallar con respecto a su
participación en la misión jesuítica es que entre sacerdotes y
coadjutores (por lo general expertos en diversos temas) fueron incluidos
de entre los 114 italianos, a lo largo del siglo y medio de vida de las
reducciones, solamente 3 estudiantes. Uno de estos era Zipoli, junto a
Carlo Fabenensi de Roma (establecido en Córdoba al igual que Zipoli y
luego expulsado de la Compañía en 1725 por motivos desconocidos) y
Giuseppe Lavisaro (también de Roma y cuyas pistas se perdieron en Buenos
Aires en 1720). Zipoli llegó al puerto de Buenos Aires en el invierno
sudamericano, en julio de 1717 exactamente un año después de haber
ingresado a la Compañía de Jesús. Antes de eso estuvo 9 meses en
Sevilla, preparándose para el viaje, esperando una expedición para
embarcarse y dejando rastros de su talento como virtuoso del órgano en
la Catedral de Sevilla.
Por aquel tiempo el viaje de Europa al Río de la Plata se efectuaba
en tres naves, partiendo juntas del puerto de Cádiz. El trayecto duraba
entre 3 y 4 meses. El viaje, según testimonios de la época, fue
agradable hasta la llegada a la entrada del Río de la Plata donde
atravesaron una tormenta dejando a uno de los barcos sin mástil, otra
fue arrojada hacia el océano y la última tan golpeada que 5 marineros
cayeron al mar. Este fue el primer saludo de bienvenida al Hermano
Domingo Zipoli, como ya se lo llamaría, en tierras de Sudamérica. Para
calmar el impacto del viaje y ofrecer una imagen deferente del nuevo
estilo de vida. Los misioneros ya establecidos organizaban para los
recién llegados, fiestas con música interpretadas generalmente por los
niños indígenas más vituosos y con saludos en latín, guaraní y en las
lenguas de los misioneros según su procedencia europea. Luego de una
breve estadía en Buenos Aires y en "agradable" tour en carreta que duró
unos 30 días, atraves- en larga caravana los inmensos territorios
poblados de indios nómadas, llegando a Córdoba su destino final.
Paralelamente a sus estudios de teología y filosofía, enseñaba música
a los indígenas y a los negros, organizaba las actividades musicales de
la ciudad y componía música para el servicio de los más de 30 pueblos
de las misiones.
¿Qué habría pasado por la mente de este joven artista, venerado en
Roma como uno de los grandes músicos de su tiempo, para aventurarse en
tan dura misión? Aventura, escaparse de alguna situación personal o
soñar con un nuevo estado para la música?. Recordemos que la fama del
empleo de la música en las reducciones ha sido tal gracias al trabajo de
los antecesores de Zipoli como: Rodrigo de Melgarejo de España. Anton
Sepp de Austria, Louis Berger de Francia, el belga Juan Vasseo y otros.
El nivel excepcional del arte musical en las Misiones llegó a ocupar
la atención del propio Papa Benedicto XIV quien en su encíclica de 1749
señalaba: "Tanto se ha extendido el uso del canto armónico o figurado,
que aun en las Misiones del Paraguay se ve establecido, porque teniendo
aquellos fieles de América excelente índole y felices dotes naturales,
así para la música vocal, como para tañer instrumentos y aprendiendo
fácilmente todo lo que pertenece al arte de la música. Tomaron ocasión
de esto los misioneros, valiéndose de piadosos y devotos cánticos para
reducirlos a la fe de Cristo, de suerte que actualmente casi no hay
diferencia alguna entre las misas y las vísperas de nuestros países y
las que allí cantan".
Todas las referencias históricas, algunas tomadas desde los más
distantes pueblos señalaban al genio italiano conmoviendo a los fieles en
la Iglesia de Córdoba y reclamaban sus partituras para los servicios de
las iglesias de los pueblos: Música de Vísperas, Misas, piezas para
órgano, himnos y hasta música para acontecimientos especiales con danza y
juegos militares al aire libre. Copias de sus composiciones llegaban a
los puntos más lejanos. Mensajero de lujo para el envío de partituras a
la región de Moxos y Chiquitos era el Padre Esteban Pelozzi, oriundo de
Rieti, compañero de viaje de Zipoli y luego superior durante 30 años en
la Reducción de Chiquitos, hoy Bolivia.
En la Estancia de Santa Catalina, la más grande de todas las
jesuíticas, los estudiantes pasaban sus vacaciones y Zipoli organizaba
la fiesta de Santa Catalina de Alejandría todos los años, el 25 de
noviembre. Los coros y orquestas de las reducciones estaban conformados
por los propios indígenas, así como sus directores, los integrantes eran
miembros de la casta más distinguida, por lo general hijos de los
caciques o cabildantes. Era una elite de privilegiados y los únicos
quienes podían participar de las comidas de los misioneros.
Pasados 232 años de la expulsión de los jesuítas de los territorios
de América se ha iniciado recién en las últimas 3 décadas un proceso de
restauración de los testimonios temporales. Nada ha quedado en algunas
regiones, y en otras, montones de piedras o tallas esparcidas hoy en los
más variados museos del mundo. La región más distante de esta Provincia
es Chiquitos, con 11 pueblos. Hasta hoy región sur donde arranca
tímidamente el amazonas, y con una población actual del 95 por ciento de
indígenas. Hasta hace unas décadas continuaban viviendo (con la
administración de los franciscanos, pero curiosamente en reducciones
jesuíticas), bajo el manto de la iglesia como única autoridad civil,
política y administrativa. Pueblos olvidados -tal vez fortuna- del
violento y moderno siglo XX. Gracias a esa distancia parte de estos 150
años de historia se mantienen y son los más fuertes ejemplos de la
utopía jesuítica. Hans Roth, arquitecto suizo se embarcó al igual que
los misioneros, tras las huellas de un arquitecto y músico suizo Martin
Schmid constructor de las iglesias de esas misiones y maravillado por la
belleza del entorno y la posibilidad de recuperación. Se entregó como
voluntario y comenzó la reconstrucción física al entorno. Entre montones
de elementos desenterrados o recuperados de la selva, donde pasaban de
mano en mano a través de generaciones de indígenas aparecieron los
instrumentos de guerra, las armas mortales de los jesuitas.
Los indígenas solo querían tocar y cantar la música de Zipoli. Son
los únicos manuscritos que llevan su "marca de fábrica". Hasta uno de
sus biógrafos a poco de la expulsión de los jesuitas en 1767 había
escrito "quien haya oído una sola vez
algo de la música de Zipoli jamás habrá alguna otra cosa que le agrade:
es como si al que come miel, se le hace comer algún manjar y le resulta
entonces molesto y no le agrada".
Zipoli falleció en 1726. En ocho años y medio de vida en tierra
sudamericana escribió el conjunto más valioso del repertorio colonial o
llamado barroco latinoamericano. ¿Cómo quedaron estos manuscritos?. A
pesar de la expulsión de los jesuitas, muchas misiones siguieron
funcionando como tales, algunas con otras congregaciones, otras
administradas por el poder civil. En lo que hoy es Paraguay la última
existió como organización hasta 1848. Los indígenas guardaban como
secreto de estado las tallas jesuíticas y los músicos de capilla en la
selva pasaban a sus hijos el tesoro del maestro "Zipuli" como lo
recordaban 200 años después. Tuve el regalo de Dios, de poder contactar
hace 15 años con estos maestros de capilla sin iglesia, y a pesar de que
ya no sabían leer las notas musicales y en los instrumentos hacían solo
mímica, eran los celosos guardianes de un tesoro oculto y mágico y que
producía el milagro de los sonidos en perfecta armonía.
Luego de su fallecimiento varios de sus alumnos continuaron con su
labor, muchos eran esclavos negros de las rancherías de las Estancias y
de Córdoba.
En el Archivo Nacional de Buenos Aires se encuentra un único
documento de música una original composición de Julian Atirahu, formado a
su vez por uno de los alumnos de Zipoli).
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj0qYJew81erAWDVZQkXwHHu-k-va0lIBgoLT34KGGdQ0DjVm2sgFdEev8wcCJR3zEBvZxJBQeNsSvOGwNvGF9L1GZfxXdEKC3LGIKuxhvH2ijLtsFRQv-1MIRgDUywUre-J1X20pkJvjOp/s320/Zipoli+partitura.jpg)
La nota necrológica escrita por el español Pedro Lozano (con quien
compartía una habitación en la Estancia) decía "Dio gran solemnidad a
las fiestas religiosas, con no pequeño placer de los españoles como de
los neófilos, y todo ello sin posponer los estudios en lo que hizo no
pocos progresos, así en el estudio de la filosofía como en el de la
teología. Enorme era la multitud de gentes, que iba a nuestra iglesia
con el deseo de oirle tocar tan hermosamente".
![](https://entreviajesehistorias.files.wordpress.com/2014/08/m1ufbu0j49846.jpg)
Luis Szarán, Asunción, Paraguay 2003
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