Colegio Español de Nuestra Señora del Pilar y Santiago Apóstol

COLEGIO ESPAÑOL DE NUESTRA SEÑORA DEL PILAR Y SANTIAGO APÓSTOL
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sábado, 12 de septiembre de 2015

Algunas reflexiones en torno a la configuración épico-barroca... por la Dra. Elena Calderón de Cuervo



La Christiada, géneros literarios y fin del hombre
Con fecha de 1611, en Sevilla y en la imprenta de Diego Pérez, aparecía La Christiada  escrita  por el  Padre Maestro Fray Diego de Hojeda, regente de los estudios de Predicadores  de Lima, que trata de la vida y muerte de Cristo nuestro Salvador. Y con  sello del rey, don Felipe III, se daba licencia, y facultad para le imprimir, y  privilegio por veinte años (…) a este libro, compuesto en octavas, con mucho trabajo, i estudio; recogiendo lo que en tantos  años de Maestro y Letor en Teología avías alcanzado, procurando de intento, el modo, i estilo con que se recibiese, i leyese, i con este modo se levantase el alma a la contemplación, i devoción de la vida y muerte de Christo.
Y con esta misma intención de tratar la vida de Cristo en verso heroico, “otavas”, por el sujeto merecedora  de altísima veneración y por el estilo antiguamente estimado, se la dedica el mismo Hojeda al Ecelentisimo Señor don Iuan de Mendoza y Luna, Marqués de Montesclaros i Virrei del Perú.
La dedicatoria a un Príncipe, el genus sublime  y la historia de la vida de Cristo  hablaban a las claras de un poema heroico: se leía una epopeya y con esto, la referencia a toda una serie  de presupuestos teóricos quedaba instalada[1].
En lo que respecta a la epopeya, Aristóteles dice que “es el arte de imitar en hexámetros”, haciendo referencia al tipo de verso con el que se construye, que es el apto para la narración histórica. Y aclara más adelante: “es imitación de hombres esforzados, en verso y con argumento” (49 b9-10). No especifica la causa final – como lo hace con la tragedia-  y solo le atribuye el fin del arte en general: “para que como un ser vivo único y entero, produzca el placer  que le es propio” (59ª 17-21). Pero esta parquedad en lo que respecta a la definición de la epopeya debe atribuirse, sin dudas, al carácter fragmentario de la Poética, al que también atribuimos la ausencia de mayores referencias a la comedia[2]. Esto nos permite  entender, con Aristóteles, que los géneros literarios son aquellas entidades artísticas que se ponen al servicio de los fines del hombre[3]
En el mundo cristiano, los géneros siguen el esquema clásico, esquema que perdurará hasta, inclusive, la Ilustración. La diferencia, no menor, radica en que el fin último del hombre para el cristianismo es Dios mismo y la llegada a Él implica un programa  de  salvación. Programa que está pautado por la vida sacramental: tiene su iniciación en el bautismo y su coronación en los Misterios del Gólgota.  Y esta fidelidad al programa teleológico cristiano es lo que da esa inmensa libertad y unidad, al mismo tiempo, al canon estético cristiano. Es lógico pensar que el genio cristiano se abocó, en un primer momento, a la exégesis de las verdades evangélicas y que la producción estrictamente literaria encontró en la tradición greco-latina, un oponente difícil de asumir.  En este sentido, la epopeya fue sin dudas, el ejemplo más claro del esfuerzo que la primitiva poesía cristiana hizo para levantarse frente  a la jerarquía aplastante de los modelos paganos[4].
Dado el carácter finalista que el cristianismo impone a la obra de creación, la reflexión filosófica sobre el arte casi no se deslinda de una suerte de comprobación de sus fines hasta, inclusive, el cinquecento  italiano. Y, en lo que respecta al Renacimiento y Barroco español, se observa, también una  tardía aparición de las poéticas en lengua vulgar, lo cual revela a las claras un largo período de tanteos y ejercicios a través de los cuales el verso español va adaptándose a las nuevas corrientes italianizantes[5].
A las inflexiones italianizantes del verso hay que agregar, en este período y formando parte del mismo paquete, la promoción de textos griegos (de producción y de crítica) tanto como la preeminencia de las Metamorfosis de Ovidio. Si los primeros introducen a Platón y a los pitagóricos y dan lugar a la aparición de una literatura en cierto sentido esotérica, Ovidio aporta la mayor parte del imaginario poético de la época y casi la totalidad de las figuras nocturnas e infernales.

Tres factores del Barroco hispánico
Hay, además, tres factores históricos-culturales entre los siglos XVI y XVII que modifican sensiblemente el funcionamiento interno de los grandes géneros en la Península y que van a tener una influencia capital en la configuración del canon hispanoamericano. Nos referimos concretamente al ya mencionado Humanismo derivado del Concilio de Trento; a la preponderancia de la Retórica como ciencia rectora no sólo de las  ciencias teóricas sino y muy especialmente, de las letras y de  las artes plásticas (pintura); y a las producciones tanto como a las disquisiciones críticas del Torquato Tasso a quien debemos considerar el mentor de Aristóteles para el siglo  XVII.
En el primer caso, el Humanismo  de Trento, de neto  corte jesuítico, significó, por un lado, la reivindicación de la inteligencia católica deprimida por efecto de la Reforma y propugnó, por otro, la aparición de una abundantísima literatura religiosa en lengua vulgar que dio espacio a lo que se conoce como Humanismo devoto, corriente que tuvo en España representantes de inmenso prestigio tales como Fray Luis de Granada, Fray Luis de León e inclusive los místicos: Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz. Esta literatura se erigía, en primer lugar, como una propuesta “actualizada” de la Teología y Doctrina cristiana y se insertaba en el programa de la Propaganda Fide.  
Impuso, además, este último humanismo, una iconología  basada en el Cristo histórico, tras la que se alinearon las  numerosísimas  Vitae Cristi, y de manera  especial, nuestra Christiada.
Señalamos en  segundo lugar, la preponderancia de la Retórica. La interacción de la Retórica y la producción poética se daba ya en el mundo pagano, pero se vuelve preeminente  con la Literatura cristiana. Así  es fundamental  su presencia en la baja y alta edad media ya que se asocia con un arte que lleva implícita  esa condición propagandística del cristiano: la evangelización es el primer postulado  que  impone la ley de la caridad. La intención persuasiva, es, entonces el principio constructivo y como el alma de la poesía[6].
Yo pequé, mi Señor, y tú padeces;
Yo los delitos hice, y tú los pagas;
Si yo los cometí, tú, ¿qué mereces,
Que así te ofenden con sangrientas llagas?
Mas voluntario, Tú, mi Dios, te ofreces;
Tú del amor del hombre te embriagas;
Y así, porque te sirva de disculpa,
Quieres llevar la pena de su culpa. (L.VIII:44)

El otro aspecto ordenado por la Retórica, es la particular organización de la tópica  que permite introducir  elementos de la mitología griega y romana tanto como de la novela de caballerías. Ahora bien, esta presencia de lo fabuloso o maravilloso se permite  en un acuerdo tácito con la recepción y siempre y cuando no traicione la doxa ni el credo del receptor: habrá que entender la fabulación en relación con el ethos, es decir, con el  sentido paradigmático y aleccionador sobre el que está montada la creación poética. La presencia de lo maravilloso, tanto como de lo celestial o lo demoníaco permite al poeta distinguir  con absoluto rigor los campos morales sobre los que está montado el sentido teleológico de la obra. Podemos afirmar, de acuerdo con esto, que, desde la retórica se da un “protocolo de escritura” que establece una cierta dispositio, en orden tanto a la enunciación como a la formalización de la argumentación;  y  un  “protocolo de lectura”, es decir, un “chequeo” de los efectos de la persuasión que van a ir  dando origen, lentamente, al comentario o exégesis de los textos (siempre a cargo de esa primera persona) a la manera de la hermenéutica bíblica.
El último  de los factores señalados lo hemos atribuido a la obra de Torquato Tasso, tanto de su epopeya, La Gerusalemme liberata como de los Discorsi sul poema heroico[7]. Dos son las aporías principales sobre las que Tasso observó el problema de la poesía:
  1. El problema del fin y utilidad de la poesía lo que supuso un arte puesto al servicio de la recepción. Esta preeminencia de la recepción por sobre los otros aspectos tiene su origen en la valoración que el clasicismo barroco hizo de la contemplación, actividad en absoluto superior a la propia labor del artista: no es el teknites sino el theatés el factor preeminente de la creación estética y sobre  el que está puesta toda la validez universal del arte.
  2. Si la poesía se postula como una filosofía es porque se constituye como un modelo  a cuyo servicio habrá que entender el esfuerzo de la inventio y la incorporación de lo maravilloso.

La lectura que el Tasso hizo de la Poética está pues, basada en la Ética y en la Dialéctica y por esta razón se desplaza el problema de la imitación y de la originalidad en beneficio del thelos y el ethos. Habrá que esperar el subjetivismo romántico del siglo XIX para que la reflexión estética recaiga sobre los problemas de la creación poética y, de acuerdo con esto, mímesis y originalidad sean los conceptos puestos a consideración.
Si estos eran, en términos generales, los presupuestos  poéticos  que se  exigían  para que, según  el rey,  por el  modo  y estilo con que se recibiese y leyese y con este modo se levantase el alma a la contemplación y devoción de la vida y muerte de Cristo, ¿cuáles eran aquellos otros supuestos teóricos  que  hacían que el dicho libro fuera de mucha utilidad a la República y al punto tal que permitieran al mismo rey don Felipe a dar licencia, y facultad para le imprimir y privilegio por veinte años?

Próxima entrega: Cosmovisión político-religiosa


[1] Conviene  recordar que la esencia de todo género literario señala la presencia  señera, constitutiva de una supraestructura finalista, en la medida en que ese fin que informa la obra poética justifica, por así decirlo, no sólo su sentido sino sus  aspectos  constructivos. De otro modo, la teoría de los géneros se vería agredida en aquellas producciones en las que la ausencia  de ciertos rasgos  histórico-estéticos determinados, entendidos como inherentes al género en sí, producen  una variación sensible en la forma poética. Si se admite, entonces, una consideración de los géneros que esté subordinada a los períodos que la Historia determina para los movimientos estéticos, el verdadero valor de una obra literaria cede el primer plano a lo meramente aspectual y contingente o se agota en el planteo de una distinción dada. Surge así, la cuestión de si estas producciones son, cabalmente, géneros literarios o han sido incluidas en la denominación por un exceso de analogía. Ahora bien, si por un lado, aceptamos que el factor histórico incide sobre la obra poética a partir de aquello que denominamos su contexto, no es posible admitir, por otro, que la contingencia de la órbita social de una obra sea la que determine su esencialidad genérica aunque haya que aceptar, de todas maneras, que el conjunto de rasgos propuestos a partir del contexto expliquen la resolución estética de los fines. De allí entonces, que nuestra  referencia a la Poética se vuelva forzosa.  Y esto por dos razones: en primer lugar porque la epistemología y hasta una cierta propedéutica literaria nacen con la Poética y, en segundo lugar porque la cultura que se instala en los virreinatos americanos, en torno al  Patronato y a la vida conventual, está fuertemente abroquelada en el pensamiento clásico impuesto por el último Humanismo, el  Humanismo postridentino, aún cuando la lectura de  Aristóteles era aún una lectura latina, es decir, apuntalada en el utilitarismo de Horacio y Quintiliano.
[2] No obstante no haber dado una definición completa de la epopeya, cuando se refiere a la jerarquía de los géneros en el capítulo 26, dice Aristóteles que la epopeya es superior a la tragedia porque “está dirigida a espectadores distinguidos, que no necesitan para nada los gestos” marcando la diferencia con la tragedia y su finalidad catártica (62ª 2-4). Hay pues, de manera implícita, un fin preestablecido que tiene que ver con una cierta dignidad del receptor y sus motivaciones.
[3] Aún cuando queda claro y sin contradicciones que el arte en su necesidad constructiva no exija otra finalidad que la de su misma razón de ser, tal como queda expreso en la noción misma de tekné.
[4] La primer  obra importante de  este tipo es el Evangeliorum Libri Quattor del poeta  híspalo Juvenco, compuesta hacia el 330. Esta obra inicia una larga serie de poemas bíblicos, latinos  en un primer momento, y que tienen un gran valor en orden al discurso crítico: todos toman como modelo a la Eneida y, a partir de allí, la utilización del hexámetro, la dedicatoria al príncipe, la invocación, la configuración del héroe y hasta la formalización de una idea política y religiosa seguirán al modelo virgiliano.
[5] Antonio Vilanova en su trabajo sobre los Preceptistas españoles de los siglos XVI y XVII, señala que, si por un  lado hay una proliferación de las poéticas latinas: Nebrija, Juan Luis Vives, Fox Morcillo, García Matamoros, Arias montano, Pedro Juan Núñez, Lorenzo Palmireno, Francisco Sánchez  ( el Brocense) con una dedicación casi preeminente por los géneros didácticos y moralizantes, no ocurre lo mismo respecto de la producción poética propia. Hay pues en España pocos teorizadores vernáculos. Los más importantes son, sin dudas, Alonso López, llamado el Pinciano, autor de la Philosophia Antigua Poética  y Francisco Cascales y sus Tablas Poéticas. Ambos reciben una fuerte impronta italiana, particularmente de Antonio da Tempo y sus comentarios a Petrarca, de Gian Giorgio Trissino, Girolamo Muzio y de Ruscelli, entre otros, cuyas obras constituyen, básicamente, una suerte de manual  del verso y la versificación italiana.
[6] Esta impronta persuasiva opera, entre otros, en dos aspectos fundamentales de la producción poética: uno, la presencia textual  del sujeto poético. Esta inflexión de la enunciación  en el texto no es de corte aristotélico, pero es una licencia que el poeta cristiano toma con el fin de, al aproximar la voz creadora  a la recepción, darle a la intención persuasiva una mayor  efectividad. En la implementación de esta primera persona, que asume en ella  al género humano, se aprecia  la presencia señera de las Confesiones:  cui narro haec?
Neque enim tibi, Deus meus; sed apud te narro haec generi meo, generi humano, quantu lacumque ex particula incidere potest in istas meas litteras. Et ut quid hoc?  Ut videlicet ego et quisquis haec legit cogitemus, de  quam profundo clamandum sit ad te. (Conf. 2.3.5) 
Fórmula y expresión de la subjetividad que encuentra en Dante quizás uno de sus mejores maestros.
[7] Es evidente que la filosofía poética expuesta en los Discorsi  toma como texto de referencia la misma Gerusalemme o quizás también, gran parte de la Aminta  lo que hace que muchas de sus reflexiones sean en gran medida una justificación de los aspectos originales y en cierto sentido transgresores de sus propias obras. No obstante, los Discorsi fueron sin duda la lectura que el Humanismo devoto y contrarreformista hizo de la filosofía poética clásica.

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